Las apuestas bilaterales de Trump: inversiones millonarias de Japón y Corea del Sur bajo presión arancelaria

Una mirada crítica a la estrategia del expresidente para forzar inversiones extranjeras en EE.UU. a cambio de reducciones arancelarias

Trump, la diplomacia del billete y los aliados incómodos

Cuando Donald Trump puso en marcha su estrategia comercial basada en la imposición de aranceles, muchos pensaron que sería perjudicial para la economía global. Sin embargo, el entonces presidente no sólo defendió sus políticas proteccionistas, sino que también afirmó que eran una herramienta de seguridad nacional. Bajo esta premisa, en agosto Japón y Corea del Sur prometieron invertir un total de 900 mil millones de dólares en EE.UU., una apuesta con condiciones, incertidumbres y riesgos geopolíticos.

Trump repetía con frecuencia su mantra: “Sin aranceles, no hay trato”. Y aunque los gobiernos de ambos países asiáticos buscaban preservar una relación cordial con Washington, lo cierto es que sus compromisos vinieron más como respuesta al miedo a represalias económicas que como una expresión genuina de cooperación estratégica.

Las cifras detrás del compromiso

  • Japón: Prometió 550 mil millones de dólares en inversiones, pero con la condición de que beneficien a sus propias empresas. Lo estipuló en un memorando emitido en septiembre.
  • Corea del Sur: Anunció un plan de 350 mil millones de dólares, pero exige una línea de cambio de divisas con EE.UU. y garantiza que los fondos se gestionen a través de garantías de préstamos para evitar una posible crisis financiera.

Ambos acuerdos están lejos de ser un cheque en blanco. Más bien, se parecen a una novela de negociaciones diplomáticas donde los intereses nacionales, las agendas políticas y las condiciones económicas juegan más a favor de la prudencia que del entusiasmo.

Trump, el director personal del presupuesto extranjero

Lo más inusual de estos acuerdos es que Trump pretende tener control directo sobre cómo se gastará ese dinero. A diferencia de los marcos comerciales tradicionales que establecen parámetros generales y permiten la gestión entre empresas privadas, el expresidente apuesta a dirigir personalmente el uso de los fondos en sectores estratégicos como infraestructura energética, manufactura y tecnología farmacéutica.

Tal fue el caso del acuerdo con Japón, donde se formó un comité encabezado por el secretario de Comercio, Howard Lutnick. Según declaró a CNBC:

“Nos dieron 550 mil millones para invertir en beneficio de América: construir el oleoducto de Alaska, plantas nucleares, mejorar la red eléctrica, desarrollar antibióticos genéricos en el país”.

Una estrategia osada, sin duda, pero que para muchos expertos echa por tierra los tradicionales principios de libre mercado y cooperación.

Variables políticas: nuevos líderes, incertidumbres nuevas

Una complejidad añadida viene del cambio de liderazgo en Japón. Sanae Takaichi asumió como primera ministra tras largo periodo de coaliciones internas, y aunque ha expresado respeto por Trump, su margen de acción es limitado. El acuerdo firmado bajo la administración anterior podría requerir revisiones y nuevos compromisos con base en las realidades políticas presentes.

En el caso de Corea del Sur, su gobierno no ha firmado ningún acuerdo definitivo. Las conversaciones están en etapa avanzada, pero el escepticismo financiero es evidente. Se estima que los 350 mil millones de inversión representan más del 80% de las reservas de divisa extranjera del país. Un desembolso mal gestionado podría convertirse en una bomba económica interna.

¿Inversiones o extorsión económica?

La comunidad internacional y varios analistas consideran que la táctica de Trump se parece más a una presión económica que a una invitación estratégica. Christopher Smart, exasesor económico de Obama, advirtió:

“Está extrayendo dinero de inversión con una mano, mientras construye muros arancelarios con la otra, lo cual complica que esos países vendan sus productos en EE.UU.”

Andrew Yeo, del centro de estudios Brookings Institution, lo resumió de manera aún más clara:

“No se trata de hacer frente a China. Es un juego para bajar tarifas y evitar la ira de Trump”.

Es cierto que tanto Japón como Corea del Sur buscan hacer frente a las agresivas inversiones de China en sectores como los vehículos eléctricos o la inteligencia artificial, pero muchos dudan de que la vía correcta sea socavar su propia economía para satisfacer a un aliado inestable.

El caso Nippon Steel: lecciones sobre cómo negociar con Trump

Un ejemplo reciente y revelador fue el de Nippon Steel y su adquisición de U.S. Steel. Inicialmente, Trump se opuso a la fusión. Sin embargo, acabó respaldándola tras un acuerdo que garantizaba al gobierno de EE.UU. cierto control sobre la empresa adquirida. Para Japón, fue una prueba exitosa de cómo navegar las reglas del juego bajo la “diplomacia Trump”: ofrecer algo y controlarlo desde dentro.

El memorando con EE.UU. incluye un plazo de 45 días para que Japón responda ante las decisiones del comité liderado por Comercio. Las inversiones deben, eso sí, priorizar a contratistas y proveedores japoneses. Un tira y afloja continuo entre intereses cruzados.

Un frente económico frágil: los problemas de Corea del Sur

Corea del Sur ha enfrentado obstáculos adicionales. La exigencia estadounidense de pagos por adelantado ha sido considerada imprudente por sus autoridades económicas. Además, su industria automotriz aún sufre el impacto de aranceles elevados, en un momento tenso para el comercio global.

Kim Yong-beom, jefe de políticas del presidente surcoreano, afirmó:

“Estamos cerca de un acuerdo donde ambas partes vean beneficios reales y sostenibles. EE.UU. comprende los posibles choques sobre nuestro mercado cambiario.”

El gobierno surcoreano ha propuesto firmar un currency swap (intercambio de divisas), lo que mitigaría el impacto en sus reservas y evitaría un colapso tipo crisis asiática de finales de los 90. Pero EE.UU. parece renuente. Desde Washington se privilegia la liquidez inmediata, mientras Seúl exige estructuras menos peligrosas.

La sombra migratoria: tensión creciente

Otro punto de fricción vino de una redada migratoria en una planta de Hyundai en Georgia en septiembre. Más de 300 trabajadores surcoreanos fueron detenidos, lo que desató críticas tanto dentro como fuera del país sobre la trato que reciben trabajadores extranjeros en EE.UU.

Al respecto, el presidente Lee Jae Myung comentó:

“Cuando se construye una fábrica, se necesitan técnicos. EE.UU. no tiene esa mano de obra y aun así no otorga visas para dejar que nuestros expertos trabajen allí.”

Desde ese incidente, el gobierno estadounidense ha aceptado expandir el programa de visas de corto plazo y explorar esquemas de exención de visas limitadas. Pero el daño a la confianza es evidente, y muchas compañías surcoreanas han puesto en pausa futuros proyectos de inversión.

Aliados... ¿a la fuerza?

¿Es esta la nueva forma de cooperación internacional? Bajo Trump, se privilegia la lógica de “paga o sufre”, ondeando la bandera de la seguridad económica como si fuera una condición sine qua non para mantener relaciones bilaterales. Japón y Corea del Sur, pese a sus grandes economías, han tenido que ceder en varios frentes para evitar consecuencias más dañinas.

Mientras tanto, la rivalidad tecnológica con China sigue viva. Pero si EE.UU. debilita a sus aliados en Asia al imponerles condiciones desproporcionadas, la verdadera beneficiaria de este desorden podría ser precisamente la potencia a la que se intenta contener.

Una estrategia sostenible requiere más que promesas millonarias o aranceles inestables. Requiere confianza, planificación común y, sobre todo, respeto mutuo entre países soberanos.

Este artículo fue redactado con información de Associated Press