Maternidad bajo fuego: el calvario de las mujeres embarazadas que trabajan en el campo
El cambio climático, la precariedad laboral y el miedo migratorio ponen en riesgo la salud de miles de mujeres gestantes en la agricultura de EE. UU.
Un calor que no perdona
En el verano ardiente del medio oeste estadounidense, Clarisa Lugo —con ocho meses de embarazo— vomitaba, jadeaba y sufría una jaqueca incesante en un campo agrícola de Illinois, donde el índice de calor superaba los 40 °C. A pesar del agua y las compresas frías, su cuerpo no conseguía regular su temperatura. Lugo había sido víctima de un episodio de enfermedad relacionada con el calor, una peligrosa y creciente amenaza que afecta especialmente a mujeres embarazadas que trabajan en la agricultura.
Lo más preocupante es que su caso no es aislado. La exposición prolongada al calor extremo, mezclada con las duras condiciones laborales, la falta de protecciones legales adecuadas y el miedo exacerbado por la situación migratoria, hacen de estas mujeres un grupo altamente vulnerable, muchas veces invisible, dentro de la fuerza laboral agrícola de Estados Unidos.
El cambio climático intensifica una crisis latente
Estados como California, Iowa y Florida, conocidos por su alta producción agrícola, también se han convertido en epicentros de las olas de calor más intensas y frecuentes del país. Desde inicios del siglo XX, California ha visto sus temperaturas aumentar en casi 3 °F (1.67 °C), y siete de los últimos ocho años han sido los más calurosos registrados.
Florida no se queda atrás, con incrementos superiores a 2 °F (1.11 °C), mientras que Iowa ha experimentado aumentos de más de 1 °F (0.56 °C). En este escenario, las jornadas de trabajo al aire libre superan fácilmente los 38 °C, condiciones que pueden ser letales con tan solo horas de exposición.
Según un estudio citado por la Environmental Protection Agency (EPA), los trabajadores agrícolas tienen 35 veces más riesgo de fallecer por enfermedades relacionadas con el calor que otros trabajadores. Y si además están embarazadas, ese riesgo se multiplica de manera alarmante.
Cuando el cuerpo gestante enfrenta límites inhumanos
Durante el embarazo, el cuerpo humano procesa el calor de manera diferente. El metabolismo se incrementa, el volumen de sangre aumenta, y el sistema de enfriamiento natural del organismo se ve sobrecargado. Esto se traduce en una mayor propensión a deshidratación, eclampsia (hipertensión severa), trabajo de parto prematuro, bajo peso al nacer e incluso abortos espontáneos.
Numerosos estudios indican que la exposición a altas temperaturas durante las primeras semanas del embarazo puede disminuir el flujo sanguíneo a la placenta, perjudicando así el desarrollo del feto. Además, un aumento constante de la temperatura corporal puede comprometer seriamente los órganos de la madre —como el corazón y los riñones—, y acelerar el deterioro físico incluso con una jornada mínima de trabajo.
“(El doctor) me dijo que pasé demasiado tiempo agachada... y que no comía bien por el mismo motivo: el calor”, recordó una trabajadora de viveros de Florida, cuyo parto se adelantó dos meses.
Tragedias evitables
La historia de Maria Isabel Vasquez Jimenez, una adolescente de 17 años y embarazada de dos meses, es un símbolo de esta crisis. En 2008, mientras podaba uvas en una granja de California, falleció por golpe de calor. Las investigaciones revelaron que sus supervisores no le proporcionaron ni sombra ni agua. Su muerte dio origen a una ley estatal en California que hoy lleva su nombre y establece estándares mínimos para el trabajo en exteriores durante olas de calor.
No obstante, esa normativa no se aplica a nivel federal, y muchos otros estados aún no cuentan con protecciones similares. Peor aún, lugares como Texas y Florida han prohibido que los municipios implementen sus propias medidas de protección contra el calor.
La doble vulnerabilidad de las mujeres inmigrantes
La agricultura en Estados Unidos se sostiene sobre los hombros de aproximadamente 2.4 millones de trabajadores agrícolas, de los cuales más de un tercio son mujeres, en su mayoría inmigrantes latinas de bajos ingresos.
El endurecimiento de las políticas migratorias bajo distintas administraciones, como la de Donald Trump, ha generado un clima de miedo entre estas trabajadoras. Muchas no acuden a clínicas ni exigen condiciones seguras por miedo a ser despedidas, denunciadas o incluso deportadas.
Un informe del grupo Physicians for Human Rights denuncia que se han registrado menos consultas prenatales, mayor número de pacientes embarazadas que se presentan por primera vez durante el parto, y una caída abrupta en las citas médicas rutinarias entre esta población.
“Me preocupa que muchas no acudan al médico hasta que ya es demasiado tarde”, declaró Katherine Peeler, asesora médica de Physicians for Human Rights y profesora en Harvard Medical School.
Protecciones legales: letra muerta para muchas
En 2023 entró en vigor la Pregnant Workers Fairness Act, una ley federal que obliga a los empleadores a generar “acomodaciones razonables” para trabajadoras embarazadas. También existen más de 30 legislaciones estatales y municipales que buscan brindar esos beneficios. Pero en el campo, esas normas son, en gran medida, irrelevantes.
Expertas como Alexis Handal, profesora de salud pública en la Universidad de Michigan, destacan la falta de aplicación efectiva de estas leyes en los campos agrícolas. Lo mismo opina Ayana DeGaia, ginecóloga y profesora en la Universidad de Washington:
“Es una de las razones de por qué tenemos de las tasas más altas de mortalidad materna e infantil entre países de altos ingresos”.
Condiciones laborales inhumanas
Ir al baño durante la jornada es un lujo que muchas no se pueden permitir. Algunas deben caminar más de 10 minutos para llegar a un baño portátil, infestados de moscas. Otras denuncian que sólo se les permite usarlo durante descansos establecidos, independientemente de sus necesidades fisiológicas.
Quienes han sido víctimas de acoso sexual eligen cubrir su cuerpo con ropa adicional para “protegerse”, lo que conlleva un mayor riesgo de golpe de calor. Y al volver a casa, las condiciones tampoco mejoran: muchas viven en áreas rurales sin aire acondicionado, sumidas en la pobreza, y donde la temperatura nocturna apenas baja, lo que impide una recuperación adecuada.
Organización y resistencia
Colectivos como Líderes Campesinas han comenzado a organizar campañas para luchar por:
- Compensaciones garantizadas durante olas de calor.
- Salarios adicionales por trabajar bajo condiciones extremas.
- Instalación obligatoria de sombrillas, bebederos y pausas frecuentes.
- Protección ante represalias por denunciar condiciones inseguras.
Sin embargo, estos movimientos todavía enfrentan resistencia empresarial e institucional en varios estados.
Un llamado urgente a la acción
El calor extremo es una realidad que solo irá en aumento a medida que el cambio climático avance. Las mujeres embarazadas en la agricultura están en la primera línea de este desastre silencioso. Ellas no solo cultivan la tierra, también gestan a la próxima generación de estadounidenses. Y merecen vivir.
Como concluye Yunuen Ibarra, directora de programas de Líderes Campesinas:
“No podemos evitar que suban las temperaturas, pero sí podemos evitar que las trabajadoras agrícolas mueran o queden discapacitadas por enfermedades relacionadas con el calor”.
