Militantes extranjeros en Siria: El dilema de los combatientes foráneos tras la caída de Assad
El caso de Omar Diaby reaviva el complejo problema de los yihadistas extranjeros en medio del intento de Siria por redefinir su futuro político
¿Héroes o amenazas? El legado incómodo de los combatientes extranjeros
La guerra civil en Siria, iniciada en 2011, atrajo a miles de combatientes extranjeros que se unieron a distintas facciones rebeldes, entre ellas grupos islamistas radicales. Ahora, más de una década después y con el expresidente Bashar al-Assad fuera del poder, estos militantes —muchos con familias, hijos y vínculos profundos con Siria— representan un dilema político, moral y de seguridad para las nuevas autoridades interinas.
Entre ellos, destaca el caso de Omar Diaby, también conocido como Omar Omsen, responsable de una reciente confrontación armada en el campo Al-Fardan, al norte de Idlib, que ha puesto en jaque a las autoridades sirias.
¿Quién es Omar Diaby?
Nacido en Senegal pero nacionalizado francés, Diaby ganó notoriedad por sus videos de reclutamiento yihadista en YouTube, dirigidos a jóvenes francófonos. Considerado uno de los principales responsables del auge de combatientes franceses en Siria e Irak, ha sido objeto de una orden de arresto internacional emitida por Francia desde 2014. En 2016, el Departamento de Estado de EE.UU. lo designó como terrorista.
Diaby lideró una milicia compuesta por cerca de 50 ciudadanos franceses afiliados al Frente Nusra, antigua rama de Al Qaeda en Siria. Su relación con otras facciones islamistas ha sido conflictiva, especialmente con Hayat Tahrir al-Sham (HTS), que dominaba buena parte del noroeste sirio antes del colapso del régimen de Assad.
El enfrentamiento en Al-Fardan: un punto de inflexión
El reciente conflicto armado surgió tras denuncias de la población local sobre "graves violaciones" dentro del campo, incluyendo el secuestro de una niña por parte de la agrupación de Diaby. Las fuerzas de seguridad rodearon el campamento, lo que llevó a un intercambio de disparos y ataques con drones durante la noche del martes.
Frente al riesgo de una masacre —dado que el campo albergaba mujeres, niños y ancianos— y una posible escalada con facciones extranjeras como militantes uzbecos, se alcanzó una tregua. Este acuerdo implicó que Diaby entregara las armas pesadas de su grupo. Sin embargo, las tensiones permanecen.
¿Qué hacer con los combatientes extranjeros?
Este no es un caso aislado. Tras años de conflicto, un número estimado de 9.000 combatientes extranjeros aún permanece en Siria, algunos detenidos en campos controlados por fuerzas kurdas en el noreste del país, y otros integrados a diferentes facciones insurgentes ahora parte de la estructura estatal pos-Asad.
Para el grupo HTS, que aún mantiene influencia en ciertas zonas, la presencia de extranjeros ha sido una “piedra en el zapato”. Según Dareen Khalifa, asesora del International Crisis Group, estos combatientes han generado fricciones con las comunidades locales y con los países de origen.
“No se trata solo de un asunto de seguridad interna, sino de relaciones diplomáticas”, subraya Khalifa. “Los intentos de repatriación se ven obstaculizados por las preocupaciones jurídicas, la falta de pruebas admisibles en tribunales y el miedo a un efecto boomerang.”
La difícil repatriación: entre el rechazo y la impunidad
Francia, por ejemplo, ha sido reacia a repatriar a sus ciudadanos involucrados en actividades terroristas en Siria e Irak. Esto obedece tanto al rechazo público como a la debilidad del marco legal para imputarlos adecuadamente una vez en territorio francés.
En palabras de Wassim Nasr, investigador del Soufan Center, “no existe alternativa realista a incorporar algunos de estos combatientes a las nuevas fuerzas armadas sirias. Si no lo haces, corres el riesgo de que se vuelvan elementos desestabilizadores, ya sea dentro del país o exportando violencia a sus lugares de origen.”
Diaby es el ejemplo perfecto de este dilema. Fijó residencia, tuvo hijos en Siria y luchó durante años contra el régimen. ¿Es viable simplemente expulsarlo o encarcelarlo sin consecuencias políticas o sociales?
La paradoja moral de los yihadistas 'arrepentidos'
Un tema aún más espinoso es cómo distinguir entre quienes aún representan una amenaza activa y quienes simplemente quieren rehacer su vida. Muchos de estos combatientes llegaron a Siria con motivaciones religiosas genuinas, apelando a la umma (nación islámica), y ahora se sienten traicionados.
En un video viral, el hijo de Diaby, Jibril, apeló a la compasión de los sirios: “Vinimos a ayudarles cuando el mundo los ignoraba. Hoy, ustedes nos dan la espalda.” Este tipo de narrativa, aunque manipuladora en ciertos contextos, revela un sentimiento de abandono común entre los militantes foráneos.
Impacto en la política internacional
La gestión de estos combatientes tiene implicaciones que van más allá de Siria. Para Europa, Asia Central y África del Norte —las principales regiones de origen de los yihadistas— el miedo a su retorno desata alarmas de seguridad nacional.
- Francia: Más de 1,000 ciudadanos viajaron a Siria e Irak. Al menos 300 murieron y 250 regresaron, algunos implicados en atentados.
- Túnez: Considerado uno de los países con más yihadistas per cápita. Se estima que entre 3,000 y 6,000 tunecinos se unieron a conflictos en Medio Oriente.
- Uzbekistán: Varios cientos combatieron junto al Estado Islámico y otros grupos. Hoy, muchos están desaparecidos o integrados a familias sirias.
¿Qué puede aprender el mundo?
El caso de Siria podría servir como precedente en la gestión de combatientes extranjeros en otras zonas de conflicto, como el Sahel africano o Afganistán. La clave está en buscar un equilibrio entre justicia, seguridad y reintegración.
No se trata de justificar crímenes. Pero sí de evitar círculos perpetuos de violencia. El encarcelamiento masivo o la deportación indiscriminada no resuelven la raíz del problema: la radicalización y el abandono político de ciertos sectores sociales.
Una opción planteada por agencias internacionales es la creación de tribunales especiales regionales, con cooperación internacional y supervisión. Sin embargo, estos esquemas requieren voluntad política que hoy escasea.
¿Y ahora qué?
La tregua en Al-Fardan es sólo un respiro momentáneo. Diaby sigue libre, y muchos más como él permanecen armados y atrincherados en una Siria aún inestable. Las autoridades interinas enfrentan la presión de demostrar autoridad sin desencadenar una nueva ola de violencia.
El futuro de Siria y su relación con Occidente dependerá, en parte, de cómo se maneje este legado incómodo. Los combatientes extranjeros pasaron de ser considerados valientes aliados en tiempos de guerra, a peligrosos intrusos en tiempos de paz.
La historia aún no ha terminado… pero el desenlace exigirá decisiones tan firmes como humanas.
