Putin, natalidad y nostalgia soviética: el experimento demográfico de Rusia en crisis
El presidente ruso insiste en multiplicar los nacimientos mientras prohíbe el aborto, reprime derechos y evita la inmigración. ¿Una utopía nacionalista o una receta para el colapso demográfico?
Por más de dos décadas, Vladimir Putin ha tenido un enemigo silencioso y persistente: la caída demográfica de Rusia. Desde su ascenso al poder en el año 2000, el país ha enfrentado una disminución en su población nativa, envejecimiento acelerado y tasas de fertilidad alarmantemente bajas. Pese a una batería de políticas pro-natalidad que van desde estímulos económicos hasta la glorificación de madres de diez hijos, los resultados no muestran un cambio sustancial. La pregunta se torna inevitable: ¿puede el Kremlin revertir el declive demográfico con ideología y represión?
Un problema crónico con raíces históricas
La demografía rusa ha sido golpeada repetidamente a lo largo del siglo XX y XXI. La Segunda Guerra Mundial dejó un saldo de alrededor de 27 millones de muertos —en su mayoría hombres—, marcando un primer gran golpe para el equilibrio poblacional. Luego, la caída de la URSS en 1991 sumió al país en una crisis económica y social que redujo drásticamente las tasas de natalidad.
Según Rosstat, la agencia oficial de estadísticas, la población de Rusia ha pasado de 147.6 millones en 1990 a 146.1 millones en 2024, incluyendo la población de Crimea anexada ilegalmente en 2014. La tasa de fertilidad ronda 1.4 hijos por mujer, muy por debajo del nivel de reemplazo (2.1), mientras que el 30% de la población ya tiene más de 55 años. En febrero de 2025, se registró la cifra mensual más baja de nacimientos en más de dos siglos, de acuerdo al demógrafo Alexei Raksha.
Putin y la nostalgia soviética: ¿una solución anacrónica?
Vladimir Putin insiste en que la clave para «salvar» la demografía rusa está en rescatar los valores de antaño. En 2023, con tono casi épico, declaró:
“Muchas de nuestras abuelas y bisabuelas tenían siete, ocho e incluso más hijos. Preservemos y revivamos estas maravillosas tradiciones.”
Así, se han introducido condecoraciones estilo soviético, como la “madre heroína” para mujeres con diez o más hijos. También existen subsidios familiares: vales para educación, pensiones o hipotecas subvencionadas, y días conmemorativos como el Día del Amor, la Familia y la Fidelidad o el Día de las Mujeres Embarazadas.
Sin embargo, los resultados reales son decepcionantes. La mayor parte de las políticas parecen cosméticas o ideologizadas. Como advierte la académica feminista rusa Sasha Talaver:
“El gobierno quiere que la mujer sea financieramente independiente, pero a la vez la empuja a encargarse felizmente de reproducirse por patriotismo.”
Abortos en la mira: control natal a través de la prohibición
Una de las medidas más controversiales ha sido la represión al derecho al aborto y la promoción de ideologías «pro vida». Aunque la interrupción del embarazo sigue siendo legal, hay nuevas restricciones: clínicas privadas están dejando de ofrecer el servicio, el acceso a píldoras abortivas está más limitado, y los tiempos de espera y asesoramiento obligatorio se han alargado. A eso se suma la prohibición de la “propaganda child-free”.
Como advierte la activista feminista Zalina Marshenkulova:
“Lo único que lograrán con estas políticas es provocar abortos ilegales. Eso trae más muertes: de mujeres y de niños.”
Incluso programas como el pago único de 1.200 dólares a adolescentes embarazadas en ciertas regiones han generado fuertes críticas. Aunque se presentan como ayuda para madres vulnerables, hay voces que argumentan que generan incentivos perversos.
La paradoja anti-inmigración
Al mismo tiempo que baja su población nativa, Rusia reprime la inmigración. En lugar de abrir sus puertas a potenciales trabajadores jóvenes, el Kremlin ha fomentado el sentimiento anti-migrante. Se han endurecido los controles migratorios, dificultado el acceso a educación de niños migrantes y se vigilan aún más los movimientos de extranjeros, en especial aquellos provenientes de Asia Central, una de sus fuentes de mano de obra tradicionales.
La demógrafa Jenny Mathers resume la contradicción al señalar:
“Tienen un conjunto reducido de madres potenciales y otro igual de reducido de padres. Y aún así restringen la inmigración.”
Aún en medio de la guerra de Ucrania, Moscú se niega a adoptar una visión más integradora, prefiriendo colocar el peso natalista en las mujeres rusas (y heterosexuales), que deben «cumplir su deber patriótico».
Juventud en fuga y ambiente de represión
En paralelo al declive de natalidad, miles de jóvenes rusos han abandonado el país desde el inicio de la invasión a Ucrania en 2022. Sea para evitar el reclutamiento militar o por convicciones ideológicas, la “fuga de cerebros” ha afectado principalmente a hombres en edad fértil. Para Putin, esta pérdida no solo es demográfica, también se traduce en una amenaza a la seguridad nacional.
Pero pocas razones hay para que las jóvenes parejas rusas se sientan motivadas a criar hijos en este contexto. Como afirma una joven de 29 años que ha decidido no ser madre:
“El niño más feliz y sano sólo puede nacer en una familia con padres felices y sanos.”
Como ella, muchas mujeres evitan clínicas estatales para no enfrentar preguntas incómodas o juicios morales sobre su decisión de no tener hijos.
¿Estado natalista o régimen reproductivo?
Con estas políticas, Rusia se acerca más a un régimen reproductivo autoritario que a una democracia moderna con políticas de bienestar. A diferencia de países europeos como Francia o los países nórdicos, donde se han alcanzado tasas de fertilidad más estables gracias al equilibrio entre vida familiar y laboral, Rusia se enfoca más en castigar la disidencia que en fomentar condiciones para la maternidad voluntaria.
En términos comparativos, en 2023:
- Rusia: tasa de fertilidad de 1.4 hijos por mujer
- EE.UU.: 1.6 (CDC, enero 2024)
- Francia y Suecia: alrededor de 1.8
- Niger: 6.8 (una de las más altas del mundo)
Rusia sigue descendiendo hacia una trampa demográfica sin salida: menos nacimientos, más envejecimiento, rechazo a la inmigración y represión ideológica. Salirse de ese círculo requeriría un cambio radical en el modelo político, económico y social.
Pero para Vladimir Putin, el valor simbólico del poder patriarcal y la nostalgia soviética parece pesar más que las cifras. Aunque repita que aumentar la natalidad es «crucial», sus políticas indican que no quiere más rusos; quiere más rusos conforme a una visión específica de familia, género y nación. Y eso, en la Rusia actual, es un objetivo más utópico que realista.