El ocaso del Ala Este: ¿legado derribado o evolución necesaria en la Casa Blanca?
La demolición del Ala Este para construir un salón de baile reabre el debate sobre el papel histórico de las primeras damas y la memoria institucional del poder en EE.UU.
Un símbolo con más de un siglo de historia
Betty Ford, exprimera dama de Estados Unidos, decía que si el Ala Oeste de la Casa Blanca era el “cerebro” de la nación, entonces el Ala Este era su “corazón”. Ese corazón comenzó a latir oficialmente en 1902 y durante más de 100 años fue testigo silencioso de momentos históricos, causas filantrópicas e iniciativas transformadoras impulsadas por mujeres que, aunque fuera del poder formal, moldeaban la vida política y social desde el epicentro del poder estadounidense.
Sin embargo, ese legado hoy yace en escombros. Bajo la dirección del presidente Donald Trump, quien actualmente se encuentra en su segundo mandato, el Ala Este ha sido demolida con el objetivo de dar paso a un proyecto que ha obsesionado al exmagnate por décadas: la construcción de un lujoso salón de baile valorado en $300 millones de dólares.
Trump y su obsesión con el salón de baile
No es la primera vez que Trump expresa su frustración con los eventos presidenciales celebrados en carpas en el jardín sur durante las cenas de Estado. Ya en 2010, contactó a un asesor del entonces presidente Barack Obama para ofrecer construir un salón de baile, proyecto que fue ignorado. Con su regreso al poder, Trump decidió hacerlo realidad, justificando la demolición con referencias a modificaciones realizadas por otros expresidentes.
Lo que para algunos podría verse como una simple modernización de infraestructura, para otros representa una pérdida cultural y política insalvable.
Una sala que fue testigo de historia femenina
Anita McBride, jefa de gabinete de la exprimera dama Laura Bush, describió el Ala Este como un “espacio de propósito y servicio”. Aunque McBride apoya la idea del salón de baile como una solución más sustentable que las costosas carpas, reconoce la tristeza que representa la pérdida de ese espacio simbólico.
Por otro lado, Krish O’Mara Vignarajah, directora de políticas de la ex primera dama Michelle Obama, consideró la demolición un "golpe simbólico" contra la evolución histórica del rol de la primera dama, que pasó de simple anfitriona social a defensora activa en temas como la salud, el consumo de drogas, la educación o el bienestar infantil.
Primeras damas que dejaron huella desde el Ala Este
- Rosalynn Carter fue la primera en tener una oficina personal en el Ala Este, separando su vida personal de su trabajo político y social. Llegó a describir su trayecto invernal favorito al Ala Este pasando junto a talleres y lavanderías, el único pasadizo cálido gracias a las tuberías de vapor, ya que Jimmy Carter redujo la calefacción como medida energética.
- Nancy Reagan convirtió su despacho en la sede de la campaña “Just Say No” contra el consumo de drogas, nacida en una charla con niños en California en 1982. Su legado se inmortalizó más allá de la política partidaria.
- Hillary Clinton, rompiendo moldes, trasladó su oficina al Ala Oeste, convirtiéndose en la primera dama en compartir espacio con los asesores presidenciales. Su decisión fue polémica, criticada y satirizada, pero también marcó un antes y un después en la institucionalidad.
- Laura Bush recordó los minutos de terror del 11 de septiembre de 2001, cuando su joven equipo evacuó corriendo al ser informados de que la Casa Blanca era objetivo potencial. A pesar del miedo, regresaron al mismo lugar para cumplir su deber.
- Michelle Obama usó el Ala Este como centro logístico para iniciativas como “Let’s Move”, el apoyo a familias militares o el acceso a educación para niñas en países en desarrollo. Fue la primera mujer afroamericana en el rol y un ícono global.
- Melania Trump se mantuvo alejada durante meses, viviendo en Nueva York con su hijo, antes de mudarse al Ala Este donde lanzó su programa "Be Best", enfocado en bienestar infantil y seguridad en internet.
- Jill Biden revolucionó la función al continuar con su rol de profesora, enseñando dos veces por semana mientras abogaba desde el Ala Este por las familias militares y la salud de las mujeres.
Más que cuatro paredes
El Ala Este, inaugurada formalmente en 1942 durante la administración de Franklin D. Roosevelt, fue diseñada originalmente para albergar una oficina social más estructurada para coordinar visiones más amplias alrededor de las primeras damas. Desde entonces, este espacio albergó desde una sala de cine, diseñadas recepciones diplomáticas, hasta un jardín en honor a Jacqueline Kennedy… y todo eso ha sido reducido a polvo en menos de una semana.
La decisión ha generado un intenso debate. ¿Es válido sacrificar lo simbólico por lo práctico? ¿Puede la historia institucional ser reutilizada o movida como simples ladrillos? Y, más aún, ¿qué mensaje se transmite al borrar un espacio históricamente vinculado a la contribución femenina en el aparato de poder estadounidense?
El simbolismo detrás de la arquitectura política
La arquitectura no es neutra. El desaparecido Ala Este formaba parte de la narrativa de Estados Unidos: mostraba una evolución progresiva en cómo las mujeres lograban ocupar espacios desde la estructura de poder más elevada hasta la vida de los ciudadanos comunes. Las paredes de ese ala fueron testigo de la evolución del rol de la mujer en la política sin necesidad de ocupar cargos electos.
Además, la historia del edificio demuestra cómo lo simbólico tiene valor per se. Margaret Truman solía decir que cada rincón de la Casa Blanca tiene un alma, una historia que contar. Desde campañas nacionales hasta maneras en que se decoraba la mansión presidencial en días festivos, todo estaba impulsado, al menos en parte, desde ese ala hoy extinta.
¿Herencia modernizadora o borrón conservador?
La Casa Blanca, como edificio vivo, ha pasado por múltiples renovaciones. El Ala Oeste mismo fue ampliado bajo la presidencia de Theodore Roosevelt. No sería justo decir que Trump fue el único en dejar su huella en la arquitectura. Sin embargo, también es necesario examinar el enfoque. Lo que en otros mandatarios fue adición funcional (salas de prensa, aéreas de seguridad, tecnología), aquí se traduce más en un ejercicio de egocentrismo simbólico: un salón de baile de $300 millones cuya sola justificación parece centrarse en una estética de opulencia más que funcionalidad política real.
Ciertamente, hay argumentos técnicos válidos: las carpas afectan el césped, demandan infraestructura adicional, y son costosas. Pero el costo emocional es quizá más caro que cualquier presupuesto.
¿Estamos presenciando una nueva etapa de “rebranding” histórico a través de la construcción? ¿O simplemente una visión diferente de lo que debería ser el legado presidencial?
La importancia de los espacios en la memoria colectiva
Los espacios físicos tienen un inmenso poder: nos permiten recordar, anclar historias y perpetuar memorias colectivas. Al demoler el Ala Este, no solamente se elimina un conjunto de oficinas, sino también un símbolo pluridecenal de influencia silenciosa, de liderazgo desde lo informal, de sensibilidad ideológica útil y, sobretodo, de memoria femenina en un círculo de poder notoriamente masculino.
Quizás más que perder un edificio, Estados Unidos pierde una narrativa. Porque, a pesar de sus limitaciones formales, el Ala Este daba visibilidad y estructura a quienes no siempre tienen acceso directo al poder, pero que, como las primeras damas, transformaban desde la sombra con gestos, campañas e ideas que perduraron más allá de las administraciones.
¿Y ahora qué?
Mientras se espera la aprobación final del salón de baile, la historia continúa escribiéndose. Algunos archivistas luchan por salvar lo que queda de los documentos y objetos del Ala Este. Otros discuten qué hacer con el jardín de Jacqueline Kennedy, desafiando a Trump a preservar parte de lo que no quiso dejar en pie.
Y quizá, lo más importante: académicos, periodistas, ciudadanos y futuras primeras damas encontrarán nuevas formas de hacerse espacio, más allá de las columnas físicas, reafirmando que el verdadero legado no se construye con mármol ni candelabros, sino con convicción, voz y propósito.
