Las nuevas caras del activismo animal: ¿rescate o crimen?

El caso de Zoe Rosenberg reabre el debate sobre los límites del activismo y la ética en la industria alimentaria

Cuando Zoe Rosenberg tomó cuatro gallinas de una planta de Perdue Farms en California, no trató de ocultarlo. Todo lo contrario: lo grabó en video y lo publicó en sus redes sociales, donde suma cientos de miles de seguidores. Ahora, enfrenta un juicio que podría enviarla a prisión por más de cinco años. La pregunta es: ¿hizo lo correcto moralmente, aunque haya quebrado la ley?

¿Quién es Zoe Rosenberg?

Con tan solo 23 años, Zoe Rosenberg ha captado la atención nacional por sus audaces y visibles acciones en defensa de los animales. Miembro del grupo Direct Action Everywhere (DxE), Rosenberg ha encabezado rescates, protestas disruptivas y campañas digitales, todo con un mismo objetivo: exponer lo que considera abusos sistémicos en la industria alimentaria.

No es su primera incursión en el activismo mediático. En 2022, fue arrestada tras encadenarse a un poste durante un partido de playoffs de la NBA entre los Timberwolves y los Grizzlies, para protestar contra Rembrandt Farms, propiedad del entonces dueño del equipo, Glen Taylor.

El centro del juicio: ¿motivos nobles o acto ilegal?

El caso actual se desarrolla en el condado de Sonoma, uno de los centros agrícolas de California. Irónicamente, también es considerado el condado que más activistas de derechos animales ha procesado en todo Estados Unidos, según The San Francisco Chronicle.

Durante el juicio, que ya se ha extendido por siete semanas, los fiscales han mantenido un enfoque claro: no importa por qué lo hizo, sino que se trató de una acción ilegal. En cambio, la defensa de Rosenberg ha querido convertir el debate jurídico en una conversación ética: ¿y si sacar a esos animales era un acto de salvamento en lugar de un robo?

"Esto no es un 'quién lo hizo', sino un 'por qué lo hizo'", dijo Kevin Little, abogado defensor, durante su declaración inicial. Otra abogada, Chris Carraway, resumió su posición: “Fue un rescate, no un crimen”.

¿Qué ocurrió en Petaluma Poultry?

Según los reportes judiciales, Rosenberg ingresó cuatro veces sin autorización a las instalaciones de Petaluma Poultry, una subsidiaria de Perdue Farms. Incluso se habría disfrazado de trabajadora, con una identificación falsa y un auricular, para pasar desapercibida.

Durante la intervención más significativa, ella y otros activistas colocaron dispositivos GPS en 12 vehículos de transporte y aprovecharon un momento de descuido para abrir un remolque que contenía a las gallinas. Mientras tanto, unas 50 personas del grupo protestaban en el exterior del complejo.

Los animales rescatados —a quienes luego bautizaron como Poppy, Ivy, Aster y Azalea— fueron evaluados por un veterinario que expresó preocupación por su estado, incluso con indicios de que podrían haber sufrido escaldado en agua caliente mientras aún estaban con vida, un procedimiento prohibido pero tristemente documentado en la industria.

La narrativa del “open rescue”

Direct Action Everywhere y Rosenberg defienden la práctica del “open rescue”, o rescate público. Esta estrategia busca hacer visibles las condiciones reales de los animales en granjas y mataderos, no solo documentando visualmente los abusos, sino liberando directamente a algunos animales.

“¿Quieres que el open rescue se haga en todas partes?”, preguntó el fiscal Matt Hobson en el contrainterrogatorio a Rosenberg.

“Sí”, respondió ella sin titubear.

La activista ha mantenido su presencia en redes sociales durante todo el juicio, usando liderazgo carismático, escándalo mediático y declaraciones desafiantes: “Una inmensa cantidad de recursos públicos se están gastando en procesarme, mientras el maltrato animal en Perdue sigue impune”, escribió en su cuenta de Instagram.

Perdue Farms y el poder del lobby cárnico

Perdue Farms es uno de los mayores productores avícolas de Estados Unidos y proveedor de cadenas como Safeway. Posee múltiples certificados de bienestar animal, pero ha sido señalada por organizaciones como Mercy For Animals y PETA por prácticas brutales como mutilaciones sin anestesia y confinamiento extremo.

En muchos de estos casos, los empleados no son los culpables individuales, sino que siguen protocolos industriales diseñados para la eficiencia y no para el bienestar del animal. El propio USDA ha enfrentado críticas por fallas de supervisión y por su cercanía política con los gigantes del sector cárnico.

Activismo en la era del espectáculo

Rosenberg es parte de una generación que comprende perfectamente cómo usar los medios y las redes sociales para amplificar su mensaje. Sus acciones se centran menos en convencer en silencio y más en hacer visible la indignación, lo cual genera profundos contrastes entre apoyo y rechazo.

Este tipo de activismo divide a la opinión pública. Mientras algunos lo comparan con actos heroicos como el rescate de animales de laboratorios, otros lo ven como un atentado contra la propiedad privada y el orden establecido.

Sin embargo, genera una pregunta crítica: ¿cuánto vale una ley si protege prácticas moralmente cuestionables?

¿Dónde están los límites?

La historia de Rosenberg no solo interpela a la justicia penal, sino también a nuestra ética colectiva. Mientras el juicio se centra en hechos concretos —entrar sin autorización, robar animales— la narrativa activista gira en torno a derechos de los animales, salud pública y transparencia corporativa.

En términos jurídicos, muchas jurisdicciones en EE.UU. han mostrado posiciones encontradas. Algunos jurados han absuelto a activistas bajo el argumento de defensa de necesidad o de bienes mayores, mientras otras cortes han aplicado penas severas para evitar sentar precedentes.

¿Cambio en el horizonte?

De acuerdo con la organización Faunalytics, el 65% de los estadounidenses estaría de acuerdo con leyes más estrictas de protección animal. Incluso legislaciones como la Proposición 12 en California, que prohíbe el confinamiento extremo de cerdos, vacas y gallinas, han tenido amplio apoyo ciudadano —aunque feroz oposición industrial.

La historia de Zoe Rosenberg, más allá del veredicto del tribunal, forma parte de una narrativa más amplia: una sociedad que empieza a mirar con otros ojos qué hay detrás de su comida. Como dijo una vez el filósofo Peter Singer, “el problema no es solo lo que hacemos a los animales, sino lo que eso dice sobre nosotros”.

Las gallinas rescatadas vivirán una vida libre. Pero el debate sobre cómo llegamos a eso —y a qué costo legal, social y ético— probablemente apenas comienza.

Este artículo fue redactado con información de Associated Press