Miedo, fe y resistencia: cómo una iglesia en Washington se convirtió en refugio para inmigrantes perseguidos

En el corazón de D.C., la Parroquia del Sagrado Corazón lucha contra el terror migratorio con oración, comunidad y ayuda solidaria

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Por las calles de Columbia Heights y Mt. Pleasant, en Washington, D.C., una comunidad vibrante de inmigrantes se aferra a la fe mientras vive bajo la amenaza constante de la deportación. La Iglesia del Sagrado Corazón, ubicada a poca distancia del Capitolio, se ha transformado en un auténtico bastión de resistencia espiritual y humanitaria frente al endurecimiento de la política migratoria estadounidense.

Un refugio espiritual en tiempos de represión

Establecida hace más de cien años por inmigrantes irlandeses, italianos y alemanes, la iglesia ahora cuenta con una feligresía compuesta mayoritariamente por migrantes provenientes de El Salvador, Haití, Brasil y Vietnam. En los últimos meses, esta iglesia católica ha sido testigo del sufrimiento de su comunidad, con más de 40 miembros detenidos, deportados o ambos desde que el gobierno federal intensificó su despliegue de autoridades migratorias.

"Esto no se trata de proteger la seguridad pública. Esto es una herramienta de terror", denunció el Cardenal Robert McElroy, líder de la Arquidiócesis de Washington. Y no parece exagerar. Muchos fieles tienen miedo incluso de asistir a misa, salir a comprar alimentos o acudir a centros médicos por temor a ser interceptados por ICE (Servicio de Inmigración y Control de Aduanas).

La historia de una familia truncada

En un apartamento modesto, donde una imagen de la Virgen María preside una especie de altar improvisado, una mujer salvadoreña ora con los ojos llenos de lágrimas. Su esposo, también inmigrante, fue detenido por ICE mientras vendían frutas en su puesto callejero, su única fuente de ingresos.

Ambos llegaron a Estados Unidos hace casi dos décadas huyendo de la violencia en El Salvador. Se conocieron en la Parroquia del Sagrado Corazón, donde fueron voluntarios activos, organizando procesiones y retiros. Ahora, ella prepara la mudanza a Boston para unirse a familiares mientras su esposo enfrenta la deportación desde un centro de detención en Luisiana. "Todo cambió de un día para otro. Teníamos tantos sueños", dijo, en medio de cajas de cartón. Pronto, podría verse obligada a regresar a El Salvador para reunirse con su esposo.

Una comunidad que no se rinde

El Padre Emilio Biosca, párroco de la iglesia, es el primer contacto que muchos feligreses tienen al ser detenidos o recibir una notificación de deportación. "Este lugar ya no es solo una iglesia. Es un refugio, una trinchera, una red de apoyo", explica. Desde cubrir alquileres hasta costear abogados, la parroquia ha modificado profundamente su función pastoral.

El impacto del miedo migratorio es tan profundo que el colegio parroquial ha visto disminuir su número de alumnos. "Al menos dos familias retiraron a sus hijos porque tienen miedo de ser detenidos al traerlos", afirma el director, Elias Blanco.

Liturgias en la resistencia: una iglesia activa

Todos los días, los feligreses se conectan a reuniones de oración por Zoom. Rezando rosarios en línea, se apoyan mutuamente en una coyuntura especialmente hostil. En una reciente vigilia, los nombres de los deportados fueron leídos uno por uno. Cuando se mencionó a uno de ellos, su esposa susurró: "Ese es mi esposo" mientras miraba una foto de su boda colgada en la pared.

La iglesia también organiza entregas de alimentos semanales a hogares donde los residentes no han salido en días o semanas. "Estas personas están perdiendo la dignidad", comentó una voluntaria legalmente residente que teme que su proceso de ciudadanía se vea afectado si es percibida como agitadora.

El caso simbólico del obispo inmigrante

El Obispo Auxiliar Evelio Menjívar es un símbolo viviente del peregrinaje de muchos migrantes. Cruzó la frontera en 1990 huyendo de El Salvador, pasó años trabajando en empleos informales, obtuvo asilo y luego la ciudadanía, y finalmente fue nombrado obispo.

Menjívar conoce el miedo del inmigrante con nombre propio: "Puedo decir con certeza que, de no haber llegado en otra época, yo sería uno de los detenidos", dice. Recientemente encabezó una procesión en apoyo a migrantes, partiendo de la misma iglesia que lo ayudó durante sus días más oscuros.

La postura de la Iglesia Católica ante la crisis migratoria

La Iglesia Católica ha sido firme en su defensa de los derechos de los migrantes. El Papa Francisco ha insistido repetidamente en la necesidad de crear políticas migratorias humanas y compasivas.

En Estados Unidos, más del 40% de los fieles católicos son latinos, y muchas parroquias dependen de sacerdotes inmigrantes para atender a sus comunidades. Como dijo el Padre Carlos Reyes, sacerdote nacido en El Salvador y encargado de apoyar a inmigrantes en audiencias judiciales: "La iglesia es su único hogar, su única familia aquí".

Uno de sus feligreses más recientes, una joven llegada desde Bolivia, relató su profundo agradecimiento por la parroquia: "Es un refugio para mí. No tengo a nadie más aquí", dijo entre lágrimas, tras escuchar misa por primera vez en semanas.

La otra cara del “cumplimiento de la ley”

La Departamento de Seguridad Nacional (DHS) ha defendido que sus operativos buscan detener a "los peores delincuentes". No obstante, pocos de los detenidos tienen antecedentes penales graves. Muchos de ellos son padres de familia, trabajadores, líderes comunitarios e incluso servidores voluntarios en las mismas iglesias que ahora los defienden.

Lo más doloroso es ver cómo se rompe el tejido familiar”, dijo el director de la escuela parroquial. Padres separados de sus hijos, mujeres que quedan solas para sostener hogares sin ingresos, familias enteras que consideran regresar a países donde sus vidas volverían a estar en riesgo.

Una lucha de fe con impacto nacional

El caso de la Iglesia del Sagrado Corazón no es aislado. Es un microcosmos de una crisis humanitaria en auge. Con cada deportación, hay un hijo, un esposo, una esposa o un amigo que sufre. Y con cada oración compartida, hay una comunidad que se niega a ceder al miedo.

El legado del Sagrado Corazón no se mide solo en misas celebradas o rosarios rezados, sino en manos que reparten comida, corazones que consuelan y voces que alzan la dignidad frente al abuso.

Como dijo un miembro de la parroquia: "Si no ayudamos nosotros, ¿quién lo hará?".

Este artículo fue redactado con información de Associated Press