¿Tener hijos en medio del cambio climático? Una decisión cada vez más difícil para las nuevas generaciones
Más jóvenes en EE.UU. dudan sobre la maternidad y paternidad ante la amenaza ambiental. ¿Qué tan real es el impacto de traer un hijo al mundo en términos ecológicos?
Un dilema moderno: maternidad frente a crisis climática
La decisión de tener hijos, que durante mucho tiempo fue un paso casi automático dentro de los ciclos de vida en muchas culturas, está siendo cuestionada cada vez más por jóvenes estadounidenses —y del mundo entero— ante la amenaza inminente del cambio climático.
Amanda Porretto, una mujer de 27 años que trabaja en publicidad, representa este cambio de pensamiento. A pesar de estar en la edad promedio para ser madre en EE. UU. —según los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades (CDC)—, ella se siente presionada por su entorno, pero no convencida. “Algunas personas piensan que es malo no tener un hijo”, dice. “Pero no creo que tenga que traer más personas a un mundo que ya necesita arreglar muchas cosas”.
Un giro en la percepción generacional
Diversos estudios respaldan este fenómeno. Un informe del Lancet realizado en 2024 a nivel global entre jóvenes de 16 a 25 años reveló que la mayoría estaba "muy" o "extremadamente" preocupada por el cambio climático. Además, un 52% de los encuestados dijo dudar en tener hijos debido a este problema ambiental.
Otra investigación del Pew Research Center apunta que los adultos menores de 50 años sin hijos son cuatro veces más propensos que los mayores de 50 a incluir al cambio climático como un factor en su decisión de no procrear.
La huella de carbono de un hijo: ¿mito o realidad inquietante?
La relación entre tener un hijo y su impacto medioambiental va más allá del temor por el futuro del niño. También incluye una preocupación más matemática: la huella ecológica que representa cada nuevo ser humano.
Nandita Bajaj, directora ejecutiva de la organización Population Balance, afirma que "tener un hijo produce más emisiones que cualquier otra decisión individual". Y explica que no solo se trata de la huella directa —pañales, coches, casas más grandes—, sino de lo que Travis Rieder, profesor de bioética de la Universidad Johns Hopkins, denomina “legado de carbono”.
“Además de las actividades que consumen recursos, estás creando a alguien que generará más emisiones durante toda su vida. Y sus hijos también, y así sucesivamente”, dice Rieder.
Un informe del Emissions Database for Global Atmospheric Research agrega más leña al fuego. Según sus datos, un estadounidense promedio emite 123 veces más carbono que una persona en Ghana. Si ajustamos por población, el impacto ambiental de traer un hijo al mundo en EE. UU. es considerablemente mayor.
Tabúes, presiones sociales y silencios ambientales
Aunque los datos puedan ser alarmantes, la conversación en torno a la procreación como herramienta climática sigue siendo tibia en el debate público. ¿Por qué?
El profesor Trevor Hedbert, especialista en filosofía moral en la Universidad de Arizona, ofrece una pista: “Si alguien te dice que está esperando un hijo, lo inmediato es felicitarle, no cuestionarlo”. Es una de las últimas decisiones personales que aún están blindadas contra la crítica pública.
La otra razón está cargada de historia. Desde la década de los años 70, los movimientos ambientalistas que hablaron de “sobrepoblación” han sido asociados con discursos racistas y eugenésicos, lo que provocó un fuerte rechazo social. Con el tiempo, esos temas quedaron relegados, aunque el dilema persiste.
Historias humanas detrás de la decisión
El debate deja de ser abstracto cuando se pone rostro y voz. Ash Sanders, escritora y activista ambiental, no quería tener un hijo. Pero se quedó embarazada. Entre la presión de su entorno mormón y la del padre del niño, continuó con el embarazo.
“No quería añadir otra persona al mundo ni contribuir a su deterioro”, recuerda con pesar. Sanders dio a su hija en adopción abierta y sigue involucrada en su vida. A hoy, confiesa que la culpa la acompaña: “Me siento mal por traerla al mundo, aunque sea una niña feliz. Me siento culpable todo el tiempo”.
Juan Jaramillo, por su parte, sabía desde joven que no quería ser padre. “No por el cambio climático en sí, aunque ya existía la preocupación por el medio ambiente. Simplemente no lo quise. Me hice la vasectomía”, relata. Hoy, a sus más de 60 años, cree que su decisión fue coherente con sus principios ambientales.
En el polo opuesto está el propio Travis Rieder. Como especialista en bioética, ha estudiado a fondo el impacto de la procreación. Sin embargo, eligió tener un solo hijo. “Es una actividad profundamente significativa”, asevera. “¿Qué tanto sacrificio estás dispuesto a hacer por el planeta? Para mí, el equilibrio fue tener uno solo”.
Cuestiones éticas sin respuesta fácil
El tema también toca fibras éticas complejas. ¿Es justo hacer responsable a una persona por las emisiones futuras de un hijo? ¿Quién decide qué estilo de vida debe tener un niño por nacer? ¿Y qué hacer cuando el deseo personal choca con una causa colectiva?
Muchos ambientalistas consideran que hablar de estos temas no equivale a promover políticas restrictivas como las que implementó China décadas atrás, sino a abrir el diálogo. “No estamos diciendo que no tengas hijos, sino que insertes ese deseo en un contexto planetario y lo pongas en perspectiva”, afirma Bajaj.
Según Project Drawdown, el acceso a educación reproductiva y planificación familiar voluntaria está dentro de las principales estrategias para reducir emisiones a largo plazo. No se trata apenas de limitar nacimientos, sino de empoderar decisiones.
Una nueva visión de la parentalidad
En medio de todo esto, surge un fenómeno: los "padres climáticos". Son personas que han optado por ser madres o padres, pero están criando hijos con una visión proactiva del cuidado ambiental. Educarlos para reciclar, consumir menos, ser conscientes desde pequeños.
Bajo esta filosofía, tener hijos no es, necesariamente, un acto irresponsable, sino una oportunidad. “No todos deberían tener hijos, pero quienes lo hagan, que los formen como defensores del planeta”, afirma Rieder.
Este enfoque también implica un giro paradigmático: en lugar de ver al ser humano como un depredador inevitable del entorno, verlo como un co-creador de soluciones. Y eso empieza, muchas veces, en casa.
¿Hacia un cambio cultural global?
Mientras Estados Unidos y Europa viven un descenso histórico en tasas de natalidad, otros países con alta fecundidad también comienzan a tener estas conversaciones, aunque desde realidades distintas.
En países como India, China o México, el discurso se entrelaza con problemas como pobreza, salud reproductiva y desigualdad. Sin embargo, el cambio climático ya no respeta fronteras, y la pregunta sobre traer hijos a un mundo incierto empieza a hacerse global.
Quizá en este nuevo tiempo, las decisiones más íntimas estarán inevitablemente entrelazadas con los desafíos comunes. Porque criar vida siempre fue un acto de esperanza. Hoy, también representa una declaración política, ética y ambiental.
