Demoler la historia: ¿Por qué la nueva visión de Trump para la Casa Blanca ha generado tanta polémica?

La controvertida demolición del Ala Este levanta preguntas sobre el valor del patrimonio, el poder presidencial y el rediseño del edificio más emblemático de EE. UU.

La imagen de excavadoras rompiendo muros centenarios en la Casa Blanca ha dejado perplejos tanto a historiadores como a ciudadanos comunes. La destrucción del Ala Este, tradicionalmente ligada al rol de las primeras damas, encarna un nuevo capítulo provocador bajo el segundo mandato de Donald Trump. Más allá del impacto visual y emocional, el hecho ha desatado una conversación sobre la preservación histórica, el poder ejecutivo, y las aspiraciones arquitectónicas en la política.

Un gesto inesperado: la demolición del Ala Este

Fue el 20 de octubre cuando los medios estadounidenses comenzaron a circular imágenes impactantes: maquinaria pesada desmontando una sección completa del Ala Este de la Casa Blanca. En cuestión de días, esta estructura de dos pisos—hogar simbólico de los equipos de las primeras damas desde la era de Eleanor Roosevelt—desapareció.

Este movimiento fue impulsado sin el respaldo oficial de la National Capital Planning Commission, el organismo regulador que generalmente supervisa modificaciones en edificios federales. La razón: el cierre temporal del gobierno estadounidense que ha imposibilitado seguir el proceso regular de revisión de planes arquitectónicos.

¿Una Casa Blanca con salón de baile?

La visión de Trump consiste en construir un salón de eventos de 90,000 pies cuadrados (más de 8,300 m²), cuya capacidad alcanzaría hasta 1,000 personas. Para contextualizar, la actual Casa Blanca ocupa 55,000 pies cuadrados, lo que significa que este nuevo salón sería casi el doble del tamaño del edificio principal.

Desde su primer mandato, Trump expresó insatisfacción con los espacios de entretenimiento del edificio, argumentando que el recinto carece de la infraestructura para eventos gubernamentales y diplomáticos a gran escala.

El otro lado del debate: destruir para modernizar

Stewart McLaurin, presidente de la White House Historical Association (WHHA), explicó que, si bien la organización no toma posturas políticas ni decisiones sobre obras, ha estado documentando meticulosamente el proceso.

“Hay una necesidad de modernizar y crecer”, afirma McLaurin. “Pero cómo se logra y con qué resultados, corresponde a la visión del presidente que lleva a cabo el proyecto”.

No obstante, subraya que esa visión puede tener un impacto monumental sobre cómo se percibe y recuerda la historia. “Cuando se rasparon los suelos y se removieron paneles de las paredes, se hallaron objetos que nadie vivo recordaba que estaban allí. Esas también son lecciones de historia”, agrega.

La preservación como argumento

A pesar de la ausencia del Ala Este física, su legado no se perderá completamente. El equipo de la WHHA escaneó digitalmente cada rincón, desde las molduras hasta las manijas de las puertas, utilizando tecnología 3D. Además, fotógrafos documentaron el edificio en proceso de desmantelamiento como forma de garantizar su memoria museística.

También se resguardaron retratos, obras de arte y mobiliario histórico, incluyendo piezas valiosas como el retrato de Jacqueline Kennedy y elementos del cine familiar instalado durante la administración Roosevelt.

Impacto cultural: ¿quién es la Casa Blanca realmente?

Como resultado de este evento, la atención pública hacia la historia arquitectónica de la Casa Blanca ha crecido exponencialmente. McLaurin menciona que el centro educativo “The People’s House: A White House Experience”, abierto apenas en septiembre de 2024, ha visto un aumento de visitantes del 66%. Durante el fin de semana del 17 al 19 de octubre recibió hasta 1,500 visitantes diarios.

“La gente pregunta qué es el Ala Este, el Ala Oeste, la Sala Azul… nunca se habían interesado tanto”, comenta el historiador.

¿Precedente presidencial o abuso de poder?

Los defensores de Trump argumentan que su iniciativa no rompe con la tradición. Otros presidentes también han remodelado la Casa Blanca, incluidas reformas radicales durante los mandatos de Harry S. Truman (1948-1952) y Jacqueline Kennedy en 1961, que impulsó la restauración histórica del interior como proyecto museológico.

Sin embargo, el problema radica no tanto en construir, sino en demoler antes de tener aprobación formal. La crítica principal se concentra en la orden ejecutiva del presidente de avanzar sin respaldo legal ni consulta pública completa.

En palabras de especialistas en preservación histórica: “No se trata solo de ladrillos, se trata de historia viviente. Manejada de forma ejecutiva, la Casa Blanca se convierte en un proyecto personal sin enfoque colectivo”.

Una visión personalista de la arquitectura presidencial

Trump no es ajeno a usar la arquitectura como símbolo de poder. Recordemos sus múltiples hoteles y edificios marcados por la ostentación. En este caso, un salón de baile monumental puede reflejar un deseo de dejar una marca física indiscutible como parte de su legado presidencial.

Recordemos que, en su primer mandato, ya cambió las cortinas de la Oficina Oval y rediseñó ciertas habitaciones siguiendo un criterio visual más barroco.

¿Qué sigue ahora?

El destino del nuevo salón y del rediseño del Ala Este dependerá de la aprobación de organismos como la National Capital Planning Commission y el United States Commission of Fine Arts. Ambos están en receso por el cierre parcial del gobierno, pero podrían evaluar los planes una vez reactivadas sus operaciones.

En caso de obtener aprobación, la construcción podría demorar entre 12 y 18 meses, considerando dimensiones, seguridad, y requisitos históricos obligatorios.

Mientras tanto, la polémica seguirá alimentada por la disyuntiva entre preservar la historia o reinventarla desde el poder.

La Casa Blanca: ¿museo nacional o reflejo de quien la habita?

La pregunta de fondo sigue latente: ¿Quién es dueño de la Casa Blanca? Técnicamente, es una propiedad pública, pero su ocupación temporal por cada presidente también deja huellas permanentes. En este debate, convergen política, identidad nacional, estética y relato histórico.

La demolición del Ala Este no solo derribó paredes, sino que avivó una discusión que posiblemente marcará el futuro de la arquitectura presidencial en Estados Unidos.

En palabras finales de McLaurin: “Nuestra misión no es oponernos ni aplaudir. Es comprender y registrar lo que ocurre en este gran hogar. Y lo que ocurre aquí siempre cuenta una historia.”

Este artículo fue redactado con información de Associated Press