Tecnología bajo vigilancia: cómo EE.UU. ha alimentado el sistema de control digital de China
Empresas como Nvidia, Intel y Amazon han exportado silenciosamente herramientas clave que refuerzan la red de vigilancia más grande del planeta
Una danza con dragones digitales
En una era donde la inteligencia artificial (IA) es el nuevo oro, cada nación busca convertirse en el soberano del tesoro. Sin embargo, hay un lado oscuro en esa competencia tecnológica. Estados Unidos, mientras públicamente condena la vigilancia masiva de China y sus violaciones a los derechos humanos, ha permitido —e incluso facilitado— que empresas tecnológicas estadounidenses impulsen esa misma maquinaria represiva en el corazón del régimen chino.
Este reportaje de Hot Take, sustentado en investigaciones, documentos oficiales y declaraciones unánimes de actores políticos y civiles, revela cómo las políticas inconsistentes de exportación, el poder del lobby corporativo y las prioridades económicas han convertido a Silicon Valley en proveedor de herramientas de espionaje masivo.
El vínculo escondido: cuando el comercio sobrepasa la moralidad
Desde hace más de dos décadas, EE.UU. ha vendido tecnología a China. Lo que inicialmente parecía una práctica común de comercio internacional, se ha transformado en un apoyo inadvertido —pero constante— al sistema de vigilancia interna más sofisticado del mundo.
Empresas como Intel, Nvidia, AMD, Microsoft y Amazon Web Services (AWS) han sido protagonistas claves de este fenómeno. Muchas de estas empresas, además, han sido vinculadas con contratos estatales en los que exportaban routers, chips avanzados, servidores y software de análisis de datos usados por el gobierno chino.
- China compró $20.7 mil millones en equipos de fabricación de chips estadounidenses sólo en 2024 (según un reporte de un comité del congreso estadounidense).
- Empresas como Dahua y Hikvision —sancionadas por EE.UU. desde 2019 por su rol en abusos en Xinjiang— siguen usando servicios en la nube de AWS y Microsoft para vender sus soluciones de videovigilancia en el extranjero.
- Organismos estatales chinos como Shanghai Qi Zhi Institute han solicitado servicios de Azure OpenAI valorados en cientos de miles de dólares.
El agujero negro de los servicios en la nube
Uno de los principales vacíos regulatorios que ha permitido esta conexión es el acceso a tecnologías mediante servicios en la nube. Aunque EE.UU. ha intentado limitar la venta directa de chips avanzados a China, compañías chinas simplemente acceden a esa tecnología de forma remota contratando servicios proporcionados por plataformas como Azure o AWS en servidores fuera de China.
Esto ha provocado que líderes como el activista chino Zhou Fengsuo —ex preso político de Tiananmen y ahora ciudadano estadounidense— alzaran la voz con fuerza ante el Congreso estadounidense. "Estoy extremadamente decepcionado… esto es un fracaso estratégico", afirmó en una audiencia de 2024.
Su frustración refleja la impotencia creciente ante un sistema donde, pese a múltiples intentos, las leyes para cerrar brechas regulatorias han fracasado —cuatro veces desde 2023.
Lobby, dinero y poder: el tridente que frena las reformas
El Congreso de EE.UU. ha intentado múltiples veces ampliar los controles de exportación y cerrar los vacíos legales. Sin embargo, la maquinaria del lobby tecnológico ha sido imparable. Más de 100 cabilderos intervinieron para influir en las propuestas relacionadas con China sólo en los últimos meses, según informes de divulgación.
“El dinero habla… cuando inundan ciertos comités estratégicos con dinero y donaciones, es mucho más fácil aceptar su narrativa", dijo el Representante Chris Smith (republicano de Nueva Jersey).
Esa influencia también logró detener propuestas bipartidistas que, desde 2006, buscaban restringir la ayuda de las empresas estadounidenses al aparato de control estatal chino.
De Tiananmen a Xinjiang: la historia se repite
Las sanciones originales de EE.UU. surgieron tras la Masacre de Tiananmen en 1989, cuando el gobierno chino ordenó abrir fuego contra estudiantes. Zhou Fengsuo estuvo allí. Fue arrestado, encarcelado y luego se exilió. Hoy encuentra eco en la historia de Gulbahar Haitiwaji, una mujer uigur, ciudadana francesa, encarcelada en campos de reeducación en Xinjiang desde 2017 hasta 2019.
La tecnología usada para detenerla incluía reconocimiento facial y cámaras en baños, herramientas originadas o potenciadas por innovación estadounidense. Ella pidió al Congreso estadounidense detener estas transferencias. Pero la maquinaria comercial siguió.
“Es decepcionante que uno de los países más poderosos del mundo venda tal tecnología a China, pese a conocer sus consecuencias”, dijo Haitiwaji.
Complicidad silenciosa desde la Casa Blanca
Donald Trump y su administración hicieron acuerdos impactantes con empresas tecnológicas. En 2024 anunció que EE.UU. levantaría restricciones de exportación sobre chips avanzados a cambio del 15% sobre los ingresos generados. También compró una participación del 10% en Intel, valorada en $11 mil millones.
Estas alianzas estrecharon aún más la relación entre Silicon Valley, el Estado y el régimen chino. Todo esto pese a que el Consejo de Seguridad Nacional, legisladores de ambos partidos y organismos de derechos humanos advertían sobre el uso militar y represivo que se le podría dar a esa tecnología.
Regulación fallida, vigilancia global asegurada
Décadas de intentos regulatorios muestran un patrón de fracaso:
- En 2008, el Departamento de Comercio trató de incluir “dispositivos biométricos”, pero la propuesta quedó inconclusa con el cambio de administración.
- Entre 2014 y 2016, múltiples iniciativas intentaron limitar exportaciones de vigilancia avanzada. Ninguna prosperó.
- En 2021, la administración Biden tomó medidas contra compañías chinas, pero al mismo tiempo fluyeron las ventas indirectas.
Mientras tanto, el Estado chino ha expandido su red de cámaras de vigilancia, que ya supera a la del resto del mundo combinado. En 2022, se estimó que había una cámara por cada dos ciudadanos chinos. Proyectos como Sky Net y Sharp Eyes han llevado vigilancia a playas, montañas, templos y suburbios remotos.
¿Quién vigila a los vigilantes?
Estados Unidos enfrenta un dilema moral y político. Al permitir que sus empresas tecnológicas alimenten la represión en China, se arriesga a erosionar sus propios valores y legitimidad internacional. Las sanciones, sin controles reales, se tornan simbólicas.
El argumento empresarial de que restringir exportaciones empujará a China a desarrollar su industria interna es persuasivo en el corto plazo. Pero ante las violaciones documentadas de derechos humanos y el espionaje transnacional —incluso contra ciudadanos estadounidenses—, los riesgos parecen superarlos.
Hasta que las políticas públicas no se alineen con los valores democráticos, este es el precio: cámaras en cada calle de Beijing, chips estadounidenses detrás de ellas y disidentes con sus vidas destruidas.
Notas finales: el poder del silencio gubernamental
Ni la Casa Blanca ni el Departamento de Comercio respondieron preguntas sobre estas exportaciones. La mayoría de las empresas contactadas ofrecieron respuestas parciales, con múltiples evasivas o comunicados sin detalles.
En este contexto, la lucha se traslada al Congreso y a la sociedad civil, donde activistas como Zhou y Haitiwaji piden una legislación fuerte, efectiva y resistente al lobby. De lo contrario, como advirtió el senador Ron Wyden: “Estamos vendiendo a una potencia hostil las herramientas para destruirnos”.
