Trump, el cierre del gobierno y el nuevo arte de parecer imperturbable

Mientras millones de estadounidenses sufren, el expresidente continúa eventos, viajes y remodelaciones como si nada pasara. ¿Estrategia política o simple indiferencia?

Por más de 29 días, Estados Unidos ha vivido uno de los cierres de gobierno más largos de su historia reciente. Este tipo de parálisis institucional —provocada por desacuerdos entre el Congreso y el Ejecutivo sobre el presupuesto federal— ha dejado a más de 750,000 empleados federales sin salario y ha puesto en riesgo programas vitales como SNAP (cupones de alimentos), del cual dependen 1 de cada 8 estadounidenses.

Sin embargo, mientras buena parte del país experimenta incertidumbre económica y ansiedad política, Donald Trump transcurre su rutina casi como si nada pasara. ¿A qué se debe esta desconexión? ¿Es este un enfoque más inteligente para lidiar con un cierre gubernamental o un acto de desprecio hacia la ciudadanía?

Una Casa Blanca muy activa… pero no en lo esencial

En cierres de gobierno anteriores, incluidos los de su primer mandato en 2018-2019, el presidente Trump adoptó un enfoque escénicamente más austero: canceló viajes, redujo partidas de golf y limitó el personal de la Casa Blanca. Incluso, cuando no había empleados de cocina en la residencia presidencial, sorprendió ofreciendo hamburguesas de McDonald’s, Burger King y Domino’s a los campeones del fútbol americano universitario, Clemson Tigers.

Hoy, el paisaje es radicalmente diferente.

  • Se organizan banquetes formales con comida preparada por el propio equipo de chefs.
  • Continúan los viajes internacionales, incluidos a Asia y Medio Oriente.
  • Se albergan eventos de recaudación de fondos en su propiedad de Mar-a-Lago.
  • Y, en una escena insólita, presume avances en su nuevo salón de baile privado a medida que se demuele parte del ala este de la Casa Blanca.

Una estrategia pensada para "parecer presidencial"

Marc Short, exjefe de gabinete del vicepresidente Mike Pence, lo resume como "una estrategia más inteligente": parecer presidencial y mantener el control de la narrativa sin ceder a negociaciones visibles. Es decir, no mostrar debilidad ni dar señales de que su presidencia se ve afectada.

En la práctica, la administración Trump evitó mostrar empatía escenificada para no asumir responsabilidad política. Esto contrasta, por ejemplo, con Bill Clinton en los años 90, quien convirtió el cierre en una batalla moral por Medicare, o con Barack Obama en 2013, quien canceló viajes y eventos para humanizar las consecuencias del cierre.

Trump, en cambio, se distancia. Como él mismo dijo recientemente: “Ni siquiera sé si deberían estar trabajando, pero no se pierden un día”, en alusión a los miembros de su equipo que aún operan durante el cierre.

¿Quién se responsabiliza del cierre?

Una encuesta del AP-NORC Center for Public Affairs Research reveló que el 60% de los estadounidenses creen que Trump y los republicanos del Congreso tienen una gran responsabilidad en el cierre. No obstante, el 54% también culpa a los demócratas. En este ambiente polarizado, la ambigüedad parece jugar a favor del expresidente, que evita el costo político directo dominando el ciclo mediático.

En su primer mandato, Trump llegó a decir abiertamente: "Yo asumo la responsabilidad del cierre", exigiendo financiamiento para su muro fronterizo. Hoy, la historia es distinta: la Casa Blanca ha sido cuidadosa al no asumir la culpa, culpando en su lugar a los demócratas por no negociar.

Entretanto, las consecuencias se acumulan

Una de las más graves es la posible interrupción del programa SNAP, vital para proveer alimentos a más de 40 millones de personas, especialmente familias con niños, adultos mayores y discapacitados.

Además, con la pérdida de personal en aeropuertos, se anticipan retrasos masivos durante las vacaciones. Y programas cruciales de educación temprana como Head Start podrían verse detenidos ante el corte de fondos.

Para rematar, la paralización coincide con el fin de créditos fiscales que hacen asequible el seguro médico, lo que podría dejar sin cobertura a 340,000 personas solo en Georgia, según Georgians for a Healthy Future.

El impacto electoral y el caso de Jon Ossoff

En Georgia, donde el senador demócrata Jon Ossoff enfrentará reelección en 2026 en un estado ganado por Trump, el cierre podría tener consecuencias políticas significativas. Más de 1,5 millones de georgianos están cubiertos por el "Obamacare", y el aumento de las primas de seguros amenaza con dejar a muchos fuera del sistema.

Ossoff, junto con el también demócrata Raphael Warnock, ha presionado para extender los créditos fiscales. Ha publicado videos con testimonios de ciudadanos como Himali Patel, quien requiere tratamientos tres veces por semana y depende del seguro subsidiado: “Tener atención médica asequible es extremadamente importante para mí”, declaró.

Mientras tanto, Trump remodela y recorre

La postura de Trump podría interpretarse como una teatralización del liderazgo: actuar como si el gobierno estuviera funcionando mientras todo se desmorona por dentro. Viajes pomposos, financiamiento privado, eventos a todo lujo… una narrativa de "hombre de acción" mientras los engranajes administrativos se paran.

Pero ¿está funcionando? Algunos analistas lo creen. Otros opinan que se trata de un suicidio político de lenta combustión, que eventualmente cobrará forma en las elecciones intermedias.

Paul Begala, estratega demócrata y exasesor de Clinton, lo compara con una canción country: “A veces, caer se siente como volar por un rato”. La ilusión de fortaleza se puede sostener… hasta que se crashea contra la realidad.

¿Cuál es el final de esta estrategia?

En palabras del propio Ossoff: “En algún momento, si los republicanos y el presidente simplemente se niegan a abordar el aumento de los costos de salud, quizás el único recurso del público sea en las próximas elecciones”.

El cierre actual lo ha dejado claro: entregar resultados ya no es suficiente; también hay que saber escenificarlos. Y nadie entiende esto mejor que Trump, que ha convertido el ejercicio del poder en una coreografía permanente, donde comer hamburguesas puede ser tan político como firmar una orden ejecutiva.

Pero mientras se escucha jazz en Mar-a-Lago y la Casa Blanca recibe fondos millonarios para sus nuevas paredes doradas, millones de ciudadanos siguen literalmente sin comida ni medicinas. Al parecer, el nuevo estándar presidencial se mide menos por la gestión y más por la actuación. Y en ese escenario, Trump sigue siendo el actor principal.

Este artículo fue redactado con información de Associated Press