Wole Soyinka, libertad de expresión y el nuevo rostro del autoritarismo moderno
El Nobel nigeriano desafía los vetos de EE.UU. mientras una generación entera parece cada vez menos preocupada por la erosión de los derechos fundamentales
Un Nobel incómodo para el poder
Wole Soyinka, dramaturgo, poeta y ensayista nigeriano, se convirtió en 1986 en el primer africano en ganar el Premio Nobel de Literatura. Su obra y pensamiento, marcados por una crítica incisiva hacia todo tipo de autoritarismo, han hecho de él una figura molesta para muchos gobiernos—y ahora, parece, también para Estados Unidos. A sus 91 años, Soyinka reveló recientemente que le fue revocada una visa de no residente para entrar en EE.UU., posiblemente debido a comentarios críticos hacia el expresidente Donald Trump.
"No se trata de mí. Se trata de un principio", expresó ante periodistas. Y agregó: "Los seres humanos merecen ser tratados con dignidad dondequiera que estén".
Este episodio va más allá del caso individual de un escritor. En el fondo, plantea preguntas cruciales sobre la libertad de expresión, el clima político de polarización en EE.UU. y, lo más preocupante, la respuesta dubitativa e incluso indiferente de generaciones más jóvenes ante el deterioro de derechos fundamentales.
Del papel a la protesta: Soyinka y su historia de resistencia
Wole Soyinka no es nuevo en esto. Su vida ha estado, literalmente, en juego por sus posturas políticas. En los años 60 fue encarcelado durante la guerra civil nigeriana, y ha sido una voz clave contra regímenes totalitarios en África y fuera de ella. En 2017, destruyó públicamente su green card en protesta por la elección de Trump. Para él, la política no es campo ajeno al arte, sino una prolongación del compromiso ético del intelectual.
En un gesto tan irónico como revelador, el autor comparó su revocación de visa con una historia trágica: "Mi green card tuvo un accidente hace ocho años y cayó entre unas tijeras". El Departamento de Estado de EE.UU. no ha proporcionado una razón clara, limitándose a decir que “nueva información” invalidó su visa.
¿Podría estar esta decisión conectada con su comentario donde llamó a Trump "la versión blanca de Idi Amin"? Quizás. Lo cierto es que, en una democracia que se precia de proteger la crítica, algo no cuadra cuando hasta un Nobel es vetado por sus opiniones.
Una generación desconectada del peligro
Pero el incidente con Wole Soyinka cobra aún más peso a la luz de una encuesta reciente del AP-NORC Center for Public Affairs Research, que mostró una preocupante desconexión generacional en EE.UU. sobre las amenazas a derechos fundamentales.
Según el informe, solo cerca del 30% de adultos menores de 30 años están "muy preocupados" por la violencia política, ya sea contra conservadores o liberales. En cambio, más del 50% de adultos mayores de 60 años expresaron alta preocupación. Y similares diferencias se registraron sobre la libertad de expresión y otros derechos fundamentales.
¿Por qué los jóvenes ya no temen por sus derechos?
Podemos considerar varias razones detrás de estas cifras:
- Desafección política: Muchos jóvenes no sienten que las instituciones los representen.
- Normalización del caos: Haber crecido con redes sociales y ciclos de noticias perpetuos puede anestesiar.
- Falta de memoria histórica: Como admite Tony DiGiovine, un veterano de 74 años, recordar eventos como la masacre de Kent State en 1970 ofrece perspectiva. Muchos jóvenes simplemente no tienen esas referencias.
Es preocupante que, mientras las garantías constitucionales se erosionan de forma sutil pero constante—con restricciones a periodistas, leyes ambiguas sobre protesta o mecanismos de censura indirectos—una parte de la juventud estadounidense no perciba el riesgo.
Libertad de expresión: ¿valor perdido o asumido?
La encuesta también reveló que cerca de la mitad de los estadounidenses considera que la libertad de expresión está “seriamente amenazada”. Aun así, muchos jóvenes no comparten esa alarma. ¿Confianza ingenua en el sistema? ¿Indiferencia aprendida? ¿O simplemente agotamiento moral ante tanta promesa incumplida?
Cabe destacar una contradicción: los jóvenes creen que hay amenazas reales, pero no les preocupan tanto esas amenazas. No es que nieguen los riesgos, simplemente no sienten una conexión emocional o motivacional con ellos.
Para Max Anderson, un estudiante universitario de 23 años, parte del problema se relaciona con el colapso del bienestar psicológico juvenil: "Creo que mucha gente de mi edad simplemente no está bien. Así que de repente, esas vías más extremas de acción parecen la mejor opción".
¿Y ahora qué? El precedente de Soyinka como advertencia
El caso Soyinka no es un hecho aislado. Refleja una tendencia creciente donde democracias robustas adoptan actitudes punitivas frente a voces críticas. Y mientras líderes políticos hacen juegos simbólicos con vocablos como "libertad" o "patriotismo", se van cerrando pequeñas puertas al disentimiento, una a una.
El hecho de que un país como Estados Unidos —célebre por erigirse en campeón de la libertad individual— rechace el ingreso de un Pensador Global como Soyinka, sienta un precedente escalofriante.
"Estoy vetado. Y si quieren verme, ya saben dónde encontrarme", dijo con ironía el dramaturgo. Qué frase tan poderosa, tan sencilla y a la vez tan rebelde.
Entre la apatía y el autoritarismo blando
Algo está cambiando a nivel global. En plena era digital, las democracias se enfrentan a una paradoja inquietante: parecen cada vez más sólidas en términos formales (elecciones, prensa, múltiples partidos), pero más frágiles en materia sustantiva (éticas, discurso civil, convivencia). Ese fenómeno, denominado por algunos teóricos como “autoritarismo blando” o “erosión democrática”, ha tenido eco fuerte en países como Polonia, Hungría, India y Brasil. ¿Está ahora EE.UU. sumándose a esa lista?
Parte de esta erosión incluye mecanismos no violentos, como cancelaciones administrativas, silenciamientos institucionales o la creación de “zonas grises” legales donde disentir se vuelve arriesgado pero no técnicamente ilegal.
En ese sentido, el caso de Wole Soyinka es sintomático. No se trata de un encarcelamiento, tampoco de censura directa. Pero se niega el acceso a un territorio por razones difusas ligadas a una crítica legítima de un líder político. Es decir, se castiga lo que se piensa, no lo que se ha hecho.
Soyinka, símbolo de lo que se juega hoy
El drama del presente no está en un golpe de Estado, ni en la quema de libros, ni en campos de concentración. Está en que personas como Soyinka ya no son bienvenidas. Y en que quienes deberían indignarse ante eso, ya no lo hacen como antes.
Desde Dakar o Lagos hasta Washington o Londres, su figura sirve de recordatorio: el verdadero descenso hacia la autoritarismo comienza cuando dejamos de prestar atención a los síntomas.
Quizás no podamos evitar que los gobiernos cambien sus políticas migratorias o que el mundo se torne más polarizado. Pero sí podemos salvaguardar la memoria de quienes, como Wole Soyinka, nos recuerdan que el pensamiento libre es un acto de resistencia. Y que rendirse ante la apatía es la forma más silenciosa de derrota.
