Trump, los refugiados y la narrativa del privilegio blanco: un análisis político-cultural

La drástica reducción del programa de refugiados en EE.UU. y el giro selectivo hacia los sudafricanos blancos despierta viejos fantasmas y plantea preguntas sobre racismo institucional

Un giro histórico en la política migratoria norteamericana

Cuando Estados Unidos anunció que limitaría la admisión de refugiados a 7,500 personas para el año fiscal 2026, muchos pensaron que se trataba de una simple reformulación del siempre volátil programa de reasentamiento. Sin embargo, cuando se supo que la mayoría de esos refugiados serían sudafricanos blancos, el mensaje quedó claro: esta no era una simple reducción presupuestaria, era una declaración ideológica.

Desde la Segunda Guerra Mundial, la política de refugiados de Estados Unidos ha sido un emblema de su compromiso con los derechos humanos y su papel como líder global. En 1980, bajo el presidente Jimmy Carter, se instauró formalmente el Programa de Admisión de Refugiados con apoyo bipartidista. Años después, con altibajos, cifras como los 125,000 refugiados admitidos en 2023 bajo Joe Biden reflejaban un regreso a esa tradición.

Pero lo que propone la administración Trump —admitir menos del 6% de lo que se permitió el año anterior y centrar casi exclusivamente el beneficio en los afrikaners (sudafricanos blancos)— es un giro que no puede ser entendido sólo numéricamente.

¿Quiénes son los 'refugiados' favorecidos?

La administración ha justificado la medida invocando presuntos casos de discriminación y violencia contra granjeros blancos en Sudáfrica, una denuncia repetida desde hace años por sectores conservadores, pese a ser desmentida por el propio gobierno sudafricano y numerosos organismos internacionales.

En 2018, cuando Trump tuiteó que el gobierno de Sudáfrica estaba "quitando tierras a los granjeros blancos", se encendió una alerta en círculos diplomáticos. El Departamento de Estado sostuvo que no existía evidencia de una campaña sistemática de violencia basada en raza. Organismos como Human Rights Watch también han indicado que, si bien hay violencia rural, esta afecta tanto a propietarios blancos como negros.

Entonces, ¿por qué priorizar el ingreso de personas cuya categorización como 'refugiados' está en entredicho?

La paradoja del privilegio refugiado

Históricamente, los refugiados admitidos en EE.UU. han huido de conflictos masivos como los de Siria, Afganistán, República Democrática del Congo y Venezuela. Su inclusión en el programa se basa en persecución por motivos de religión, etnia, política o pertenencia a un grupo social. La priorización de sudafricanos blancos —un grupo históricamente privilegiado en su propio país— cuestiona el marco moral y normativo del sistema.

“Es un uso ideológico del programa para promover una fantasía racista de oprimidos blancos”, dijo el académico de migraciones T.J. Lisi, de la Universidad de Brown. “Si hay un grupo que encarna el legado del apartheid, ese es el de los afrikaners. Decir que son los más vulnerables del mundo es reescribir la historia”.

Esto no es menor. La reescritura tiene consecuencias materiales: mientras se beneficia a este grupo, se niega la entrada a decenas de miles de personas que realmente huyen de guerras (Sudán, Yemen, Ucrania), persecuciones políticas (Nicaragua, Bielorrusia, Rusia) o situaciones de extrema miseria.

Una política migratoria con acento étnico

Detrás del argumento de "interés nacional" esgrimido por la administración, múltiples organizaciones de derechos civiles han denunciado lo que parecería una política migratoria con sesgo racial.

“Lo que hace Trump es usar el sistema de refugiados para reforzar una narrativa de supremacía blanca”, afirmó Nancy Northup, presidenta del Center for Reproductive Rights, quien también lucha por mantener abiertos los servicios médicos para mujeres en Maine, otro frente golpeado por medidas regresivas.

La cientista política Heather MacDonald, una de las pocas defensoras de la medida, sostiene que “el gobierno estadounidense tiene derecho a seleccionar quién entra, y si decide que un grupo específico de granjeros cristianos blancos está en riesgo, está en su derecho”. Pero MacDonald omite que el sistema legal de refugio está basado en estándares objetivos, no en afinidades culturales o raciales.

El debilitamiento estructural de los sistemas de apoyo

La reducción drástica de admisiones ya ha tenido un impacto concreto dentro de Estados Unidos: las organizaciones encargadas de ayudar a los refugiados han tenido que cerrar o reducir sus operaciones. Desde 2017, más de 100 agencias de reasentamiento han despedido trabajadores o cerrado sus puertas.

Según el Refugee Council USA, 42% de las organizaciones de ayuda han perdido más del 60% de su financiamiento desde el inicio de la primera presidencia de Trump. En estados como Texas, California y Maine, la desaparición de estos servicios ha dejado vacíos insalvables.

¿Racismo institucional o estrategia electoral?

Muchos observadores políticos sostienen que esta medida va más allá del racismo. Es una jugada electoral calculada para complacer a una parte de la base republicana que teme verse desplazada cultural y demográficamente.

“Hay un pánico por el reemplazo”, señala Jamelle Bouie, columnista del New York Times. “Ese miedo a perder el control cultural de Estados Unidos es lo que impulsa decisiones como estas. El mensaje es: si vamos a aceptar extranjeros, que al menos hablen como nosotros, se vean como nosotros, y voten como nosotros.”

Esta maniobra refleja también una tendencia global: partidos de derecha en Hungría, Polonia e Italia han promovido políticas antimigrantes selectivas que favorecen a grupos cristianos o europeos blancos frente a musulmanes y africanos.

¿Cuál es el futuro del programa de refugiados?

Con la implementación de este nuevo techo histórico, muchos dudan que el sistema pueda recuperarse con facilidad, incluso si una futura administración intenta restaurarlo. La desarticulación de las redes de acogida, la criminalización del asilo y las narrativas racistas que se han fortalecido, hacen que el camino de retorno sea más difícil.

“La política migratoria se ha convertido en un campo de batalla ideológico”, dijo Krish O'Mara Vignarajah, directora de Lutheran Immigration and Refugee Service. “Antes, podíamos debatir cifras. Hoy debatimos quién tiene derecho a tener derechos básicos”.

¿Qué está en juego?

  • El prestigio internacional de EE.UU.: Como país tradicionalmente receptor de refugiados, el giro atenta contra su imagen exterior.
  • La estructura interna de servicios sociales: Menos refugiados equivale a menos financiamiento y más cierres.
  • Los principios constitucionales: Seleccionar dependiendo de razas o ideologías políticas va contra el espíritu de igualdad ante la ley.
  • El precedente peligroso: Si ahora se aceptan refugiados 'afines', ¿qué impide rechazar activamente a quienes no lo son?

Un experimento social con connotaciones oscuras

Imaginemos el escenario inverso: ¿qué pasaría si un gobierno favoreciera activamente la llegada de refugiados negros o musulmanes, excluyendo a europeos blancos? Sin duda, el escándalo sería monumental. Pero el sesgo blanco rara vez se señala con igual energía.

El caso de los sudafricanos blancos revela una paradoja inquietante: quienes siempre han tenido el poder ahora se venden como víctimas, usando las mismas herramientas que ayudaron a crear —protección jurídica internacional— para reforzar su propia posición privilegiada.

En palabras de la ensayista y activista Roxane Gay: “El privilegio no se contenta con ganar, busca monopolizar hasta el concepto de sufrimiento”.

Así, mientras miles de personas esperan en centros de detención, campos de refugiados o zonas de guerra, EE.UU. redibuja sus puertas, no en función de la urgencia humanitaria, sino del ADN, el idioma y el poder simbólico de quienes tocan a su puerta.

Este artículo fue redactado con información de Associated Press