La sangrienta silla: el regreso del pelotón de fusilamiento y el debate sobre la pena de muerte en EE.UU.
Stephen Bryant eligió morir a tiros en Carolina del Sur, avivando un fuego cruzado legal, ético y político en un país que revive métodos de ejecución del siglo XIX
Una ejecución que pone los ojos del mundo en Carolina del Sur
El nombre de Stephen Bryant, un hombre de 44 años en el corredor de la muerte en Carolina del Sur, ha hecho titulares por una decisión tan provocadora como macabra: elegir morir por pelotón de fusilamiento. Será la tercera persona ejecutada bajo este método en ese estado desde su reinstauración en 2024. Su ejecución está fijada para el 14 de noviembre.
Lo que parece sacado de una novela del siglo XIX es, en realidad, una consecuencia directa de la crisis en la obtención de fármacos para inyecciones letales, unido a tensiones políticas e ideológicas sobre cómo debe ejercerse la pena de muerte en Estados Unidos.
¿Por qué el pelotón de fusilamiento ha vuelto?
Carolina del Sur reinició las ejecuciones después de una pausa de 13 años, en gran parte debido a los problemas para adquirir drogas para inyecciones letales, una situación similar en muchos otros estados del país. Ante este vacío, el estado legalizó en 2021 el uso del pelotón de fusilamiento como alternativa “viable”.
Desde 1977, solo tres personas en EE.UU. han sido ejecutadas por pelotón de fusilamiento, todas en Utah. La más reciente fue Ronnie Lee Gardner en 2010.
En 2024, Carolina del Sur revivió esta práctica centenaria, ofreciendo a los reos en el corredor de la muerte elegir entre inyección letal, silla eléctrica o fusilamiento. Hasta ahora, la mayor parte ha optado por inyección letal, salvo contadas excepciones mediáticas como la de Bryant.
Stephen Bryant: asesino en serie y símbolo de una era oscura
El caso de Bryant está lejos de ser uno común. En octubre de 2004, aterrorizó el condado de Sumter con una serie de crímenes que dejaron un rastro espeluznante, no solo por la violencia brutal, sino por la teatralidad del horror.
El más atroz de sus crímenes fue el asesinato de Willard “TJ” Tietjen. Tras dispararle múltiples veces en su casa, quemó sus ojos con cigarrillos y usó su sangre para escribir en la pared: “catch me if u can”, un mensaje claramente desafiante a las autoridades.
Los fiscales también lo culpan de matar a dos hombres más mientras les daba transporte. Cuando se detuvieron para orinar al costado de la carretera, recibió tiros mortales por la espalda.
En total, tres víctimas asesinadas en cuestión de semanas, caos sembrado en una comunidad rural y una marca psicológica imborrable.
Una ejecución plagada de polémicas
La elección de este método ha generado una ola de cuestionamientos legales. La ejecución más reciente mediante pelotón fue la de Mikal Mahdi, quien, según expertos contratados por sus abogados, no murió de forma instantánea.
Aunque la ley requiere que los tiradores —tres voluntarios — disparen al corazón desde una distancia de 15 pies (4.6 metros), la autopsia reveló que solo había dos orificios de bala. Además, Mahdi tardó unos 80 segundos en exhalar su último aliento y se escucharon gemidos que sugieren sufrimiento prolongado.
Al respecto, los funcionarios penitenciarios aseguran que no es necesario destruir el corazón, solo acertarle y que es común que dos balas entren por el mismo punto. No obstante, los médicos forenses contratados por la defensa refutan esa afirmación, considerando que la evidencia apunta a disparos menos precisos.
La ética detrás de la ejecución: ¿pena o tortura?
Ejecutar con arma de fuego es un mecanismo que remite a épocas arcaicas. El primero en morir por este método cuando fue introducido en EE.UU. del siglo XX fue el militar Wallace Wilkerson, quien murió en agonía durante 27 minutos luego de que el pelotón errara el disparo al corazón.
Cientos de juristas, psiquiatras y organizaciones como Amnistía Internacional cuestionan la reintroducción de métodos como la silla eléctrica o el fusilamiento:
- La ineficacia técnica en causar muerte rápida y sin dolor.
- El efecto traumático en los tiradores, aún si son voluntarios.
- El simbolismo de retroceder moralmente en materia de derechos humanos y prácticas penales.
El legado de prácticas como el garrote, la horca, la cámara de gas y ahora el pelotón, continúa despertando interrogantes sobre el verdadero propósito del castigo capital: ¿es disuasión, justicia o venganza institucionalizada?
La muerte de Bryant y el peso de su pasado
Los abogados de Bryant consideran que su comportamiento violento era resultado directo de traumas infantiles profundamente enraizados. Fue víctima de abuso sexual a manos de cuatro familiares durante su infancia, lo que generó daños psicológicos crónicos.
En los meses previos a los asesinatos, pidió ayuda varias veces a una tía y a un oficial de libertad condicional, alegando que no podía controlar sus pensamientos intrusivos sobre el abuso.
De hecho, su defensa notificó que fumaba marihuana rociada con insecticida y consumía metanfetamina para adormecer sus dolores emocionales. Un patrón clásico en personas con Trastorno de Estrés Postraumático.
Aun así, ni el sistema judicial ni el de salud mental ofrecieron mecanismos efectivos para su tratamiento preventivo. La tragedia se convirtió en profecía autocumplida.
Estados Unidos, la paradoja de la pena de muerte
Estados Unidos se encuentra entre los países con más ejecuciones en el siglo XXI dentro del mundo occidental. En 2024, se reportaron 41 ejecuciones a nivel nacional, y al menos 18 están programadas entre lo que queda de 2025 y el próximo año.
Por estados, Texas, Florida, Alabama y Carolina del Sur encabezan la lista. Y mientras en el sur se experimenta un repunte de métodos tradicionales, estados como Illinois y Nueva York abolieron completamente la pena de muerte hace más de una década.
Una encuesta de Pew Research en 2021 reveló que el 60% de los estadounidenses aún apoya la pena capital. Sin embargo, ese respaldo disminuye drásticamente cuando se agregan detalles como errores judiciales, racismo estructural o métodos como la silla eléctrica o fusilamiento.
Víctimas, perpetrador y espectadores: tres verdades paralelas
Sin duda, los actos de Bryant fueron aterrorizantes. La familia de TJ Tietjen relata cómo su preocupación aumentó tras seis intentos de llamada sin respuesta, hasta que una voz extraña contestó el teléfono con una confesión fría: "Lo maté".
Para las víctimas, esta ejecución no representa alivio, sino una cicatriz abierta. La hija de Tietjen testificó haber perdido no solo a su padre, sino también la capacidad de confiar en la humanidad.
Para la defensa, balística aparte, la pregunta sigue sin responderse: ¿qué responsabilidad tiene el Estado en la formación de personas, como Bryant, que desde la infancia fueron víctimas antes que verdugos?
El futuro de la pena capital en Estados Unidos
La ejecución de Bryant será la número 50 en Carolina del Sur desde que se restauró la pena de muerte hace cuatro décadas. Pero su caso podría ser un punto de inflexión para su revisión constitucional e internacional.
El debate ético y legal está lejos de resolverse. Las ejecuciones por pelotón desafían las directrices sobre trato humano establecidas en la Convención Contra la Tortura de la ONU. Y cada ejecución añade un nuevo nombre al martirologio de una democracia que se debate entre castigo ejemplar y derechos humanos.
En un momento donde se discute tanto la justicia restaurativa, el racismo sistémico, el trauma colectivo y el perdón... uno se pregunta: ¿hasta qué punto seguir matando es la respuesta?
