Tragedia y esperanza en Black River: el renacer después del huracán Melissa
La histórica ciudad costera de Jamaica enfrenta su momento más oscuro tras el embate de uno de los huracanes más destructivos del Atlántico
Una ciudad destrozada por el viento
La ciudad de Black River, al suroeste de Jamaica, ha sido testigo y víctima de los embates de la naturaleza históricamente. Sin embargo, el paso del huracán Melissa, un potente ciclón de categoría 5, ha dejado una huella profunda no solo en su arquitectura centenaria, sino también en las vidas de sus habitantes. Con vientos de hasta 295 km/h (185 mph) y marejadas de hasta 5 metros, Melissa tocó tierra el pasado martes, dejando a su paso ruinas, desesperación y muerte.
Situada en la parroquia de St. Elizabeth, en la costa sur de la isla, Black River ha perdido gran parte de su infraestructura: el 90% de las viviendas han quedado sin techo, estructuras de concreto fueron reducidas a escombros, y la electricidad y las comunicaciones colapsaron casi por completo.
Melissa, un huracán para la historia
Melissa ha sido calificado como uno de los huracanes más potentes que han tocado tierra en el Atlántico, empatando récords históricos tanto en velocidad de viento como en presión barométrica. Dejó un trágico balance de al menos 19 muertos en Jamaica y otros 31 en Haití, donde aún hay personas desaparecidas y más de 15,800 en refugios temporales, según las autoridades locales.
La devastación se ha hecho sentir de forma amplia: en Cuba, aunque no hubo víctimas fatales gracias a la evacuación preventiva de más de 735,000 personas, los daños materiales fueron significativos, afectando líneas eléctricas, cultivos clave y comunicaciones.
La resiliencia de un pueblo olvidado
Black River, famosa antaño por su riqueza natural y su papel central en el comercio marítimo jamaicano, enfrenta ahora una crisis humanitaria sin precedentes en su historia reciente. “Todo se ha perdido”, afirmó Michelle Barnes, mientras aseguraba provisiones junto a su hija en medio del caos urbano. Las calles, aún anegadas de fango, salitre y escombros, se convirtieron en ríos de miseria donde hombres, mujeres e infantes avanzaban apresurados con bolsas, cajas, y hasta baldes con víveres donados.
En medio del lodo y los escombros, se podía observar a adolescentes transportando cargas en bicicletas y motocicletas bajo un sol implacable. La escena era una mezcla de tragedia y determinación: una comunidad que, aunque golpeada, no se rinde fácilmente.
Una joya histórica en ruinas
Black River es mucho más que una ciudad. Es la primera localidad jamaicana en contar con electricidad y un puerto que albergó un vibrante comercio desde el siglo XVIII. Durante años fue la capital económica del suroeste, pero con el paso del tiempo, su protagonismo se diluyó frente al desarrollo de otros centros urbanos como Santa Cruz y Junction.
Hoy, algunas voces locales ven en la tragedia una oportunidad de reconstrucción y revitalización. “Esta podría ser la chispa que necesitamos para levantar a Black River y devolverle su esplendor”, comenta Winston Barrett, un comerciante local cuyo restaurante quedó reducido a escombros por el oleaje del huracán.
Dos huracanes en menos de seis meses
La devastación causada por Melissa se agrava si se tiene en cuenta que apenas en julio de 2024, los remanentes del huracán Beryl ya habían afectado severamente la zona sur de Jamaica. “Aún no terminábamos de reponer techos y sembradíos, cuando Melissa nos dejó sin nada otra vez”, mencionó entre lágrimas Marcia Green, cuyo salón de belleza fue arrasado mientras se preparaba para inaugurar una nueva sucursal.
Respuesta del gobierno y ayuda internacional
El gobierno jamaicano ha declarado a Black River como zona cero del desastre, desplegando al ejército para abrir rutas, distribuir ayuda y garantizar la seguridad. Helicópteros sobrevuelan las áreas más aisladas para lanzar provisiones, y brigadas cívico-militares trabajan a contra reloj con machetes para liberar carreteras bloqueadas por árboles caídos y gigantescos bambúes partidos.
Gracias al trabajo de organizaciones locales e internacionales, miles de personas de comunidades como Greenfield han podido recibir raciones de comida, agua y artículos de aseo. Sin embargo, la escasez persiste. “La gente tiene hambre”, resumió Monique Powell, mientras intentaba organizar al grupo de vecinos que había formado para recoger suministros comunitarios.
Haití: otro golpe a un país frágil
En Haití, donde las condiciones sociales y estructurales son aún más precarias, las consecuencias del huracán Melissa fueron letales. Más de 160 viviendas fueron dañadas o destruidas solo en Petit-Goâve. La cifra oficial se eleva a 31 muertos y al menos 21 desaparecidos, con el temor de que estos números aumenten conforme se recuperen cuerpos de las zonas más remotas y aisladas.
El país caribeño ha recibido apoyo de distintas organizaciones no gubernamentales francesas, estadounidenses y latinoamericanas, pero los retos logísticos y de seguridad complican enormemente la operación de socorro.
¿Reescribir el futuro?
La paradoja de una catástrofe radica en que abre, a la vez que destruye. Mientras Marcia Green observa el terreno vacío donde alguna vez atendió a decenas de clientas, reflexiona: “Claro que estoy triste. Pero también tengo esperanza... Esta vez, no solo reconstruiré mi negocio. Quiero ayudar a reconstruir la ciudad”.
El gobierno de Jamaica ha prometido paquetes de reconstrucción, créditos blandos y asistencia técnica e infraestructura. Aún faltan detalles sobre cuándo comenzarán los trabajos de urbanización y mejora, pero un grupo de empresarios locales ya se ha reunido para discutir cómo transformar la tragedia en oportunidad.
“Black River tiene historia, tiene gente fuerte, y ahora tiene una razón más para renacer”, dice con convicción el historiador local Alvin Mills, mientras guiaba a un grupo de reporteros por lo poco que queda del paseo marítimo histórico de la ciudad.
Un llamado urgente al Caribe
El paso de huracanes como Melissa y Beryl demuestra con crudeza la vulnerabilidad del Caribe frente al cambio climático, que intensifica fenómenos meteorológicos y prolonga sus consecuencias. El aumento de la temperatura del mar y la presión atmosférica están directamente vinculados con la formación de ciclones más destructivos, y Jamaica —al igual que otras islas— necesita acceso urgente a tecnologías de mitigación, arquitectura resiliente y planificación urbana preventiva.
En paralelo, la solidaridad regional e internacional no puede disminuir con el paso del tiempo. Cada minuto cuenta en los primeros días después del desastre, pero también en los meses que siguen, cuando las cámaras se apagan y las promesas se olvidan. Black River, Haití y todo el Caribe necesitan un compromiso sostenido para no solo sobrevivir, sino para prosperar.
Lo que comenzó como una tormenta se ha convertido en una oportunidad para reimaginar comunidades más fuertes, inclusivas e históricamente conscientes. Ojalá que el viento que arrasó sus techos también impulse su renacer.