El Líbano al borde del abismo: ¿Estado fallido o rehén geopolítico?
Mientras Siria inicia su reinserción diplomática, el Líbano se hunde entre la parálisis del gobierno, la sombra de Hezbolá y la indiferencia internacional
Una región en redefinición, una nación estancada
La región del Levante ha sido históricamente un escenario de pulsaciones geopolíticas intensas. Sin embargo, mientras algunos actores reconfiguran su papel en medio de un nuevo orden regional, otros parecen condenados a la parálisis. Este es el caso del Líbano, cuya situación actual ha sido calificada sin rodeos por el enviado especial de Estados Unidos para Siria, Thomas Barrack, como un “estado fallido”.
Sus declaraciones durante la cumbre del Manama Dialogue en Bahréin no solo apuntaron al colapso institucional del país, sino que reflejaron la creciente frustración de Washington ante la incapacidad de Beirut para alinearse con los recientes reajustes en el tablero geopolítico de Medio Oriente.
La crítica desde Washington: ¿realismo o abandono?
“El Líbano es el único país que no está haciendo fila”, afirmó Barrack, haciendo referencia a las nuevas alianzas forjadas tras la caída del régimen de Bashar al-Assad en Siria y la esperada integración de Damasco en la coalición internacional liderada por EE.UU. contra el Estado Islámico (ISIS).
La acusación central de Barrack se enfocó no tanto en la falta de iniciativas políticas en Beirut, sino en la hegemonía efectiva de Hezbolá, el grupo respaldado por Irán, que ha llenado el vacío estatal ofreciendo servicios donde el gobierno libanés no puede intervenir. En palabras del diplomático: “El estado es Hezbolá”.
El mensaje es claro: para EE.UU., el Líbano ha dejado de ser un actor independiente y soberano para convertirse en un espacio instrumentalizado por intereses ajenos. Y en consecuencia, Washington no está dispuesto a destinar más recursos, tiempo ni esfuerzo a un país donde no tiene interlocutores fiables.
Hezbolá: entre partido político y fuerza militar
Fundado a inicios de la década de 1980, el movimiento chiita Hezbolá ha evolucionado de una milicia insurgente financiada por Irán a un partido político con representación parlamentaria y una red social y paramilitar rivalizando —y superando— al propio Estado. Controla hospitales, escuelas, redes de distribución de alimentos e incluso un servicio de seguridad más eficiente que el nacional.
Las acusaciones hacia Hezbolá no son nuevas: desde su participación en la guerra civil siria al lado del régimen de Assad hasta su papel en los enfrentamientos con Israel a lo largo de la Línea Azul, marcada por una frágil tregua desde 2006. Como señaló Barrack, esto convierte cualquier intento de intervención en el Líbano en una pesadilla diplomática y militar: “No es razonable decirle al Líbano que desarme por la fuerza a uno de sus partidos políticos —todos temen que eso lleve a una guerra civil”.
Israel, Hezbolá y el fantasma de la guerra
Las tensiones entre Israel y Hezbolá no han menguado. Desde el inicio de la nueva guerra en Gaza —tras el ataque liderado por Hamás en octubre de 2023— la región sur del Líbano ha sido escenario de bombardeos diarios por parte de Israel y lanzamientos de cohetes por Hezbolá.
La escalada alcanzó dimensiones de conflicto abierto en septiembre de 2024. Aunque existe un nuevo alto al fuego, Israel continúa sus ataques alegando la necesidad de eliminar amenazas directas desde territorio libanés. Mientras tanto, las autoridades libanesas denuncian agresiones indiscriminadas, destrucción de infraestructuras civiles y violaciones a su soberanía.
“Miles de misiles siguen en el sur”, justificó Barrack. Y añadió que, mientras las armas sigan apuntando al norte de Israel, la política de defensa preventiva israelí —inspirada en la Doctrina Begin— no se detendrá.
¿Y Siria? De enemigo a aliado emergente
En un giro impensable hace apenas algunos años, Siria ha pasado de ser un paria internacional bajo las sanciones y condenas al régimen de Al-Assad, a una nación en proceso de rehabilitación diplomática. Con la caída de Assad en diciembre de 2023 a manos de una ofensiva rebelde islamista, el nuevo presidente Ahmad al-Sharaa ha iniciado una campaña de acercamiento a Occidente.
Su próxima visita a Washington —la primera desde la independencia siria en 1946— marca un antes y un después. Más aún, porque Siria ahora se postula como futuro miembro de la coalición anti-ISIS.
Este cambio de narrativa tiene una intención política: presentar a Siria como un modelo de transición razonable, cooperativa, alejada del extremismo, y funcional frente al caos perpetuado por el Líbano.
¿El Líbano, rehén de su pasado?
Para muchos libaneses, esta situación no es nueva. Desde el final de la Guerra Civil en 1990, el país ha sido una amalgama de confesiones religiosas, élites enfrentadas, poderes compartidos entre clanes y señores de guerra reciclados como políticos.
Pero fueron las explosiones en el puerto de Beirut en agosto de 2020 las que revelaron al mundo la podredumbre interna del sistema: corrupción, impunidad, colapso económico y desafección ciudadana. Desde entonces, sin un gobierno estable y con una libra libanesa hundida más del 90% frente al dólar, muchos han emigrado, otros sobreviven apenas con ayuda de ONG o remesas del exterior.
Y mientras países como Siria avanzan —al menos superficialmente— hacia la reinserción diplomática, el Líbano aparece estancado, víctima del sistema sectario y de la imposibilidad de construir un pacto nacional sin intervenciones externas ni choques armados.
La trampa geopolítica de la “no intervención”
Aunque Barrack dejó claro que EE.UU. no está interesado en involucrarse nuevamente en una región donde no tenga socios confiables, también admitió que apoyará a Israel “si se vuelve más agresivo con el Líbano”. Un mensaje ambiguo que, para muchos analistas, equivale a otorgar carta blanca a las incursiones israelíes siempre que estén justificadas por “amenazas” de Hezbolá.
Ese enfoque reactivo y selectivo de la diplomacia estadounidense es problemático. ¿Puede un país exigir soberanía y desarme a otro sin ofrecer garantías, ni apoyo, ni canales viables de negociación? ¿Puede desconocerse el peso real de Hezbolá en la vida diaria de millones de libaneses?
El resultado es un círculo vicioso: Los actores más fuertes (Hezbolá, Israel) marcan la pauta; los civiles pagan el precio; los países occidentales miran hacia otro lado.
¿Existe una salida?
El propio Barrack dio una pista al final de su intervención: “El camino está claro —debe conducir a Jerusalén o Tel Aviv para una conversación junto con Siria. Siria está mostrando el camino”.
Lo que implica que, quizás, lo que se espera del Líbano no es más ayuda internacional, sino una redefinición total de su lugar en el tablero: ¿aliado de Occidente como Siria? ¿o terreno inestable donde las guerras ajenas se resuelven a través del fuego cruzado?
Mientras tanto, las familias en Tiro, Saida o Baalbek solo intentan vivir. Buscar agua potable. Evitar los apagones. Oír una explosión sin saber si es a 500 metros... o en su barrio.
El Líbano no solo es un estado fallido desde la mirada de Occidente. Es, tristemente, un país al que el mundo ha fallado repetidamente.
