La otra cara del hambre en EE.UU.: cuando el país más rico no puede alimentar a su pueblo
Millones de familias dependen de los bancos de alimentos mientras el Programa SNAP sufre recortes en pleno cierre del gobierno
LUISVILLE, Kentucky — En la tierra de la abundancia, la escasez golpea con fuerza: mientras políticos en Washington debaten presupuestos y estrategias partidistas, millones de estadounidenses se enfrentan a una realidad mucho más urgente: la lucha diaria por llevar comida a la mesa.
Una crisis silenciosa pero devastadora
Durante el último fin de semana, escenas impactantes se repitieron en diferentes rincones del país. Filas interminables de personas, algunas esperando desde las 4 de la mañana, ocuparon varias cuadras cerca de bancos de alimentos en ciudades como Nueva York, Louisville y Austell. El detonante: la suspensión temporal del Programa de Asistencia Nutricional Suplementaria (SNAP, por sus siglas en inglés) debido al actual cierre del gobierno federal.
Para muchos ciudadanos, como Mary Martin, una voluntaria de la despensa World of Life Christian Fellowship International en el Bronx, la combinación de inflación, bajos salarios y retrasos burocráticos representa una tormenta perfecta. Ella depende del SNAP para complementar la alimentación de su familia. “Si no tuviéramos la despensa, no sé cómo sobreviviríamos”, confesó. Mary recibe unos 200 dólares mensuales en asistencia alimentaria, que comparte con sus hijos adultos y nietos.
SNAP: el salvavidas de 42 millones de personas
El programa SNAP es considerado uno de los pilares del estado de bienestar estadounidense. Según datos del Departamento de Agricultura de EE. UU. (USDA), alrededor de 42 millones de personas se benefician mensualmente de esta ayuda. No obstante, su destino se vuelve incierto cada vez que se presenta un estancamiento legislativo en el Congreso.
Esta vez, la paralización de los pagos se produjo cuando el Departamento decidió suspender temporalmente las recargas de las tarjetas EBT (debit cards utilizadas por los beneficiarios) hasta que recibiera dirección legal clara. Aunque dos jueces federales ordenaron la reactivación de pagos, muchas familias aún esperan la confirmación de cuándo recibirán los fondos.
La indignación de los voluntarios y líderes comunitarios
En Louisville, el reverendo Samuel L. Whitlow —líder de la Iglesia Bautista Calvary— no ocultó su frustración: “Aquí ayudamos a quien lo necesite. Pero en las últimas semanas, hemos visto un aumento de casi 60 personas adicionales cada día. Esto no es sostenible sin apoyo”.
En Austell, Georgia, Must Ministries, una organización local, distribuyó alimentos a más de mil personas en solo un evento, lo cual representa el doble de su promedio habitual. Y en Connecticut, el centro San Vicente De Paul duplicó sus esfuerzos para recibir a una oleada de nuevos usuarios, algunos de los cuales eran personas de clase media que nunca se imaginaron asistiendo a una despensa.
“La despensa ya no es solo para los pobres o los ancianos. Ahora es para toda la comunidad”, dijo el reverendo John Udo-Okon, en el Bronx. “Vemos gente con coche propio haciendo fila sólo para ver si hay comida”.
Un racimo de vergüenza y desigualdad
Jill Corbin, directora de la cocina y despensa de alimentos San Vicente De Paul, explicó otro ángulo menos visible de la crisis: la vergüenza de pedir ayuda. “Muchos vienen por primera vez. Algunos lloran. Están avergonzados. Tenemos que trabajar no solo con su necesidad física, sino también con su dignidad emocional”.
Y es que, en el país con el Producto Interno Bruto más alto del mundo, cerca de 1 de cada 8 estadounidenses vive hoy en situación de inseguridad alimentaria. El porcentaje es más elevado entre niños, comunidades afroamericanas y latinas, y personas con discapacidad.
Pobreza y decisiones políticas: una desconexión peligrosa
James Jackson, de 74 años, expresó su frustración al salir de una colecta de comida en Kentucky: “Si nunca has sido pobre, no sabes lo que eso significa. Es fácil legislar desde un despacho. Difícil es ver a tus nietos llorar porque no hay qué cenar”.
La desconexión entre los debates políticos y la realidad ciudadana se agrava cuando decisiones administrativas, como un cierre gubernamental, terminan afectando el acceso a necesidades básicas. Para muchos, la sensación es que se ha vuelto demoníaco politizar la comida.
Costo humano: entre la supervivencia y la desesperanza
Los bancos de alimentos, generalmente considerados redes de apoyo secundarias, están actuando como primera línea de defensa frente a una crisis nacional. La organización Feeding America estima un aumento del 30% en la demanda en las últimas semanas, lo que coincide con los registros de World Central Kitchen, quienes han tenido que expandir sus operaciones habituales.
Y si el SNAP no se restablece en su totalidad pronto, se teme que se produzca un efecto dominó en otras instituciones: cierres de cocinas sociales por falta de insumos, sobrecarga de ONGs y tensión entre comunidades enteras por recursos limitados.
El futuro en juego: ¿podemos imaginar una política pública más empática?
Lo vivido este mes no es un incidente aislado. En 2019, bajo otra administración, los recortes al SNAP dejaron a más de 700,000 personas sin acceso directo a comida durante largos períodos. Y hoy, en 2025, la historia parece repetirse.
El juez federal John J. McConnell exigió al gobierno federal presentar esta semana un plan claro para restaurar los pagos del SNAP. “No se puede jugar a la política con el hambre”, señaló en la audiencia. Hasta ahora, se baraja usar un fondo de contingencia de $3,000 millones, pero aún no hay cronograma oficial.
Mientras tanto, ciudadanos y organizaciones esperan un milagro político en medio de un clima de incertidumbre.
Navidad sin cena: la amenaza de una festividad hueca
Las fechas festivas se acercan. Miles de familias temen que una cena navideña sea un lujo inalcanzable. Lo más preocupante: muchos niños podrían pasar hambre en un momento en que el espíritu de solidaridad suele predominar.
Mientras unos decoran sus hogares y hacen compras prenavideñas, otros se despiertan con un único objetivo: conseguir comida. Y eso dice mucho del país más poderoso del planeta.
