La amenaza del invierno: ¿Qué pasa si se agota la ayuda estatal para calefacción en EE.UU.?
El cierre del gobierno federal pone en jaque el sustento térmico de millones de hogares vulnerables en EE. UU.
Un invierno incierto para millones de estadounidenses
Con la llegada del invierno a muchos rincones de Estados Unidos, más de 5,9 millones de hogares de bajos ingresos se enfrentan a una nueva amenaza: quedarse sin la ayuda federal que les permite calentar sus casas. El programa Low-Income Home Energy Assistance Program, mejor conocido como LIHEAP, está siendo víctima colateral del prolongado cierre del gobierno federal, generando ansiedad y angustia entre quienes dependen de él para sobrevivir los meses fríos.
Esta situación no es menor. Desde su creación en 1981, LIHEAP ha sido un salvavidas para millones, con apoyo bipartidista durante décadas. No obstante, este año, la inestabilidad política amenaza su distribución a tiempo, poniendo al límite a familias como la de Jacqueline Chapman, una mujer de 74 años que subsiste con un cheque mensual de 630 dólares por Seguro Social.
Un cierre político con consecuencias humanas
Desde que comenzó el cierre del gobierno federal, el 1 de octubre, los fondos de LIHEAP destinados a los estados no han sido liberados. La paralización afecta a programas en Kansas, Pensilvania, Nueva York, Minnesota y otros más. En Pensilvania, por ejemplo, el retraso de más de 200 millones de dólares significa que unas 300.000 familias deberán esperar hasta diciembre —como mínimo— para recibir asistencia energética.
“El impacto será profundo, incluso si solo es temporal”, afirmó Mark Wolfe, director ejecutivo de la National Energy Assistance Directors Association.
Cómo funciona LIHEAP y por qué es crucial
LIHEAP ayuda a personas de escasos recursos a cubrir los costos energéticos de sus viviendas, tanto para calefacción como para aire acondicionado. Las formas de energía subvencionadas incluyen desde gas natural hasta combustibles entregados a domicilio como keroseno, aceite, leña o pellets.
Algunos beneficiarios reciben descuentos directos en sus facturas. Otros obtienen vales o cheques para pagar a los proveedores. En estados como Connecticut, aún hay reservas suficientes para cubrir hasta diciembre, aunque se calcula que más de 100.000 hogares quedarían en la incertidumbre si la situación no se resuelve pronto.
Pobreza, frío y burocracia: la ecuación mortal
La vida de Mark Bain, de 67 años, es uno de los ejemplos más explícitos del momento que vive EE.UU. Residente en Bloomfield, Connecticut, y con un hijo universitario, depende de LIHEAP para sobrevivir el invierno. Con solo medio tanque de aceite en casa y esperando más fondos federales, teme lo peor.
“Si no recibo ayuda, bajaré el termostato a 62 grados (16 °C) y usaré más cobijas para resistir”, explica Bain resignado. Cada invierno necesita al menos tres entregas de calefacción, que ahora podrían peligrar.
Particularidades del programa y sus vulnerabilidades
- LIHEAP cubre los 50 estados, el Distrito de Columbia, territorios estadounidenses y tribus reconocidas federalmente.
 - Un 9% de sus beneficiarios dependen de combustibles no regulados, como el aceite o el propano, por lo que no pueden gozar de la protección de impago que sí ofrecen las compañías eléctricas bajo regulación estatal.
 - El programa está diseñado considerando el clima, el costo energético y el volumen de población de bajos ingresos de cada estado. Pero sin presupuesto aprobado, no hay distribución posible.
 
Mientras tanto, los gobiernos estatales enfrentan dilemas: ¿Cubrir el programa con fondos de emergencia del presupuesto estatal o esperar a la resolución política en Washington?
Cuando la política interfiere con la calefacción
En años anteriores, la administración de Donald Trump propuso eliminar LIHEAP en varias ocasiones, pero el Congreso lo rescató debido al apoyo bipartidista y la presión de gobiernos estatales y ONG. En esta ocasión, a pesar de la previsión de fondos, el estancamiento en la aprobación del presupuesto 2026 ha bloqueado su distribución.
Un portavoz del Departamento de Salud y Servicios Humanos de Estados Unidos, encargado del programa, culpó al cierre federal —y a sus responsables políticos— por el retraso. Mientras tanto, organizaciones estatales se enfrentan a la posibilidad de retrasos hasta enero de 2026, en caso de que se extienda la parálisis burocrática.
En números: la magnitud del problema
- 5.9 millones de hogares estadounidenses reciben asistencia de LIHEAP.
 - 4.1 mil millones de dólares es el presupuesto anual estimado del programa.
 - En estados como Minnesota, el programa atiende a más de 120.000 hogares, incluyendo adultos mayores, familias con niños pequeños y personas con discapacidades.
 - En años normales, los cheques comienzan a distribuirse en noviembre; este año, podrían llegar hasta diciembre o más tarde.
 
El frío no espera
“Esto no es solo un problema administrativo. Para muchos, es la diferencia entre salud y enfermedad, entre vida y muerte”, comentó Rhonda Evans, directora ejecutiva de la Connecticut Association for Community Action.
El frío, junto con el hambre —dado que también se han retrasado los pagos del SNAP (Programa de Asistencia Nutricional Suplementaria)—, forman una tormenta perfecta para millones de hogares estadounidenses. Este escenario de múltiples emergencias sociales podría escalar si el Congreso no actúa con celeridad.
¿Y ahora qué?
Ya no es una cuestión de política fiscal, sino de humanidad. Mientras se decide el presupuesto federal, organizaciones comunitarias, voluntarios e incluso algunas autoridades locales están tratando de buscar alternativas para mitigar el impacto entre la población más vulnerable.
Una opción considerada por los legisladores de Connecticut es financiar el programa hasta finales de año con reservas estatales. Sin embargo, no todos los estados tienen esta flexibilidad fiscal ni voluntad política.
Ante este contexto, la presión ciudadana, la cobertura mediática y la movilización de ONGs se vuelven más necesarias que nunca.
Una urgente llamada a la acción
LIHEAP es más que un simple subsidio: es, para millones, la última barrera entre la dignidad y la desesperación térmica. El frío no distingue clases ni ideologías, pero sus víctimas suelen ser siempre las mismas: ancianos, familias numerosas, personas con discapacidades y trabajadores que apenas pueden subsistir.
El país más rico del mundo no puede permitirse que sus ciudadanos pasen frío por una parálisis política. La calefacción no debería ser un lujo, sino un derecho básico en un Estado moderno.
La pelota está en la cancha del Congreso. Pero el tiempo se agota, y el invierno no espera.
