Kim Yong Nam: El burócrata eterno del régimen norcoreano

Un viaje por la vida del diplomático que sirvió a tres generaciones de la dinastía Kim y representó el rostro institucional de Corea del Norte ante el mundo

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El rostro oficial de un régimen hermético

Kim Yong Nam murió a los 97 años, tras una larga vida dedicada completamente al aparato del Estado norcoreano. Su fallecimiento, ocurrido por fallo multiorgánico, fue anunciado el martes por la Agencia Central de Noticias de Corea (KCNA), y confirmado con la visita del líder supremo Kim Jong Un a su féretro para presentar condolencias.

Aunque su cargo—presidente del Presídium de la Asamblea Suprema del Pueblo—lo convertía técnicamente en el jefe de Estado norcoreano, el auténtico poder siempre descansó en los miembros de la familia Kim. Aun así, Kim Yong Nam fue una figura fundamental en el teatro diplomático del país. Ocupó ese rol ceremonial entre 1998 y 2019, durante más de dos décadas de estabilidad institucional en un régimen marcado por purgas, crisis de legitimidad internacional y un aislamiento geopolítico creciente.

Una carrera blindada por la lealtad inquebrantable

Kim Yong Nam nació en 1928 en Pyongyang, la actual capital de Corea del Norte, y se formó en la Universidad Kim Il Sung y en la Universidad Estatal de Moscú, lo que reflejaba el estrecho vínculo de la joven Corea del Norte con la Unión Soviética. Su carrera política comenzó poco después de la Guerra de Corea (1950–1953), momento desde el cual logró algo muy poco frecuente en los círculos norcoreanos: sobrevivir a purgas políticas por décadas.

Tras años de perfil bajo, fue nombrado ministro de Asuntos Exteriores en 1983, cargo que desempeñó durante 15 años en un periodo crítico: la caída del Muro de Berlín, la disolución de la URSS y la creciente soledad internacional de Corea del Norte.

Su ascenso al Politburó en 1978 ya había anticipado un creciente protagonismo. Como buen burócrata, supo adaptarse al rígido guion del régimen y mantenerse en su lugar, sin destacar demasiado ni caer en desgracia, un talento altamente cotizado en uno de los sistemas políticos más opacos del mundo.

Diplomacia del tercer mundo: su especialidad

Durante su era como líder ceremonial, Kim Yong Nam se convirtió en el rostro más visible del oficialismo norcoreano en el exterior. A menudo fue él quien recibió a dignatarios extranjeros, representaba al país en cumbres multilaterales y se encargaba de pronunciar los discursos institucionales más importantes.

Una de sus especialidades era la diplomacia con países no alineados y del llamado "Tercer Mundo". Participó, por ejemplo, en la Cumbre del Movimiento de Países No Alineados en Teherán en 2012. Ese tipo de foros eran ideales para Corea del Norte, que siempre ha buscado ganar aliados en regiones más críticas del orden hegemónico liderado por EE.UU.

2018: La última gran misión

Uno de los momentos más mediáticos de su carrera ocurrió en febrero de 2018, cuando lideró la delegación norcoreana junto a Kim Yo Jong, la influyente hermana del líder Kim Jong Un, a la ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos de Invierno en Pyeongchang, Corea del Sur.

Este fue un momento histórico, no solo por la visita en sí, sino también porque se produjo en medio de una distensión diplomática entre Pyongyang, Seúl y Washington, tras años de amenazas nucleares y hostilidad. La imagen de Kim Yong Nam y Kim Yo Jong sentados a pocos metros del entonces vicepresidente estadounidense Mike Pence, aunque sin interactuar, fue una muestra del poder del "soft power" norcoreano, ejecutado con precisión por este veterano diplomático.

La caída en la sombra

Sin embargo, su papel fue declinando con los años, en parte por su edad avanzada. Aunque su figura seguía siendo útil para las apariencias, su influencia política real era mínima. Así lo demostró su ausencia de los encuentros más importantes con el expresidente Donald Trump, en las célebres cumbres de 2018 y 2019.

En abril de 2019, Kim Yong Nam fue reemplazado por Choe Ryong Hae, visto como un miembro más afín al núcleo duro del poder. Era una señal clara de que la era de Kim Yong Nam se había cerrado, aunque de manera silenciosa y ordenada.

El diplomático que nunca improvisaba

La manera metódica y disciplinada de Kim Yong Nam llamó la atención de muchos analistas y diplomáticos que llegaron a tratar con él. Don Oberdorfer, en su libro "The Two Koreas", lo definió como "cordial en el saludo, pero implacablemente rígido en su protocolo diplomático, como un Gromyko norcoreano", en alusión al longevo ministro de exteriores soviético Andrei Gromyko.

Sus discursos eran densos en ideología y prácticamente copias calcadas del guion oficial. No improvisaba. Su misión no era innovar, sino representar con extrema fidelidad la línea del partido.

Siempre al servicio de la familia Kim

La lealtad inquebrantable de Kim Yong Nam a la familia Kim fue su rasgo definitorio. Fue él quien leyó la elegía oficial a Kim Il Sung cuando el fundador del país murió en 1994. También fue quien formalmente nominó a Kim Jong Il para convertirse en presidente de la Comisión de Defensa Nacional, tras el tradicional periodo de tres años de luto. Más que un burócrata, fue un ceremonialista de Estado, que entendía mejor que nadie el simbolismo de su cargo.

Era parte de la “casta eterna” del Estado norcoreano, una élite que no se mide tanto por el poder que acumula, sino por la capacidad de integrarse al aparato simbólico del régimen. Su rol fue representar continuidad, solemnidad e institucionalidad en un país carente de todas esas cosas en la mayor parte de su gobierno real.

Lo que queda tras su muerte

La muerte de Kim Yong Nam marca un cierre de ciclo simbólico. Con su partida, Corea del Norte pierde al último gran representante del puente generacional entre Kim Il Sung y Kim Jong Un. Aunque su existencia pasó en gran medida desapercibida para el público mundial, fue un actor clave en la maquinaria propagandística que apuntaló el régimen por más de medio siglo.

Su reemplazo por figuras más jóvenes y alineadas con Kim Jong Un deja claro que Corea del Norte ya no busca legitimarse con anclas al pasado. En cambio, avanza con un nuevo tipo de liderazgo, más centrado en la familia gobernante directa y menos inclinado a proyectar una imagen de Estado tradicional ante el mundo.

En la era de la posverdad, los misiles hipersónicos y el arte de la intimidación, quizá ya no hay espacio para figuras como Kim Yong Nam. Pero su vida —gris en lo estético, leal en lo técnico, disciplinada como pocas— define con precisión la esencia apagada pero eficaz de gran parte del Estado norcoreano.

Este artículo fue redactado con información de Associated Press