Cameroon en crisis: Protestas, represión y el eterno mandato de Paul Biya
El llamado a un encierro ciudadano por parte de la oposición pone de relieve la tensión política y el descontento popular tras la reelección del presidente más longevo del mundo
Un país paralizado por la protesta silenciosa
Desde el pasado lunes, diversas ciudades de Camerún han vivido un inusual silencio. Calles vacías, comercios con las puertas cerradas y ciudadanos confinados en sus hogares forman el paisaje de núcleos urbanos como Douala, Garoua y Maroua.
La razón detrás de esta paralización es el llamado a un cierre nacional (“lockdown”) promovido por Issa Tchiroma Bakary, principal líder de la oposición, como medida de protesta contra la reelección de Paul Biya, quien a sus 92 años ha sido ratificado, según resultados oficiales, para un octavo mandato consecutivo como presidente de Camerún tras los comicios del 12 de octubre.
“Mantengamos nuestras tiendas cerradas, suspendamos nuestras actividades, permanezcamos en casa en silencio, para demostrar nuestra solidaridad”, expresó Tchiroma a través de un comunicado difundido ampliamente.
Un presidente eterno
Paul Biya es más que un nombre en la historia contemporánea de África: es el presidente con más tiempo en el poder en el continente y el más longevo del mundo aún en funciones. Se convirtió en jefe de Estado en 1982, tras suceder a Ahmadou Ahidjo, y ha gobernado desde entonces con mano firme.
Con más de 40 años en el poder, Biya ha sobrevivido a intentos de golpe de Estado, a presiones internacionales por reformas democráticas y a múltiples crisis internas. La elección de 2025 marca su octavo mandato presidencial. Para muchos, esto configura un reinado más que una república.
Sin embargo, su legitimidad ha sido constantemente cuestionada, especialmente por la oposición y organizaciones internacionales que han señalado irregularidades en las elecciones camerunesas desde hace décadas. En 2018, Human Rights Watch denunció represión sistemática y detenciones arbitrarias contra la oposición.
Un país dividido: ¿quién ganó realmente?
Issa Tchiroma Bakary, ministro durante pasadas administraciones y ahora convertido en crítico feroz del régimen, afirma haber sido el verdadero vencedor de las elecciones. En medio de denuncias por fraude y manipulación del padrón, Tchiroma ha instado a la ciudadanía a no reconocer los resultados oficiales.
La comunidad internacional ha reaccionado con cautela. Mientras algunos organismos, como la Unión Africana, han felicitado a Biya, otros actores —como Amnistía Internacional— han expresado su preocupación por el clima de represión post-electoral.
Reacciones en cadena: ¿cómo afecta la vida diaria?
La convocatoria al encierro ha tenido un acatamiento especialmente fuerte en zonas tradicionalmente opositoras. En Douala, la capital económica, comerciantes como Caroline Akuh describen con desesperación el impacto cotidiano: “Tenemos miedo de salir... estamos cansados de esto”.
En Yaoundé, aunque la adhesión ha sido parcial, el impacto económico es palpable. El precio de bienes básicos, como un balde de cinco litros de papas, ha saltado de $3.50 a $8.78 en menos de una semana. Celestin Mimba, residente local, comenta: “Los precios han subido de formas que nadie anticipaba”.
Violencia contenida y represión
La protesta no ha sido pacífica en todos lados. De acuerdo a cifras oficiales, al menos cuatro personas murieron durante protestas en el norte del país. Sin embargo, organizaciones civiles como Stand Up For Cameroon afirman que la cifra asciende a al menos 23 muertos en los últimos días.
Manifestantes en Garoua, como Amadou Adji —quien perdió a una sobrina en los disturbios—, consideran la protesta necesaria. “El encierro también es una forma de solidaridad con Tchiroma”, afirma.
Las autoridades han condenado el movimiento opositor, acusándolo de buscar la desestabilización y la ruptura del orden constitucional. Pero la represión policial y la falta de canales legítimos para canalizar el descontento parecen haber abonado más a la tensión que a la calma.
Fracturas históricas: un país de identidades múltiples
Camerún es una nación de más de 280 grupos étnicos y dos idiomas oficiales: francés e inglés. Esta diversidad, lejos de ser una fortaleza institucional, ha sido históricamente fuente de fricción. En los últimos años, las regiones anglófonas del noroeste y suroeste han clamado por mayor autonomía e incluso independencia, dando lugar a un conflicto armado que ha provocado miles de desplazados y cientos de muertes.
En este contexto de inestabilidad interna, el enroque de Biya es visto por sus críticos como un obstáculo insalvable para el avance democrático. Para sus defensores, se trata de un garante de estabilidad en una región volátil.
¿Hacia dónde va Camerún?
El futuro inmediato de Camerún es incierto. La oposición parece más decidida que nunca a confrontar el régimen, mientras que Biya, a pesar de su avanzada edad, no da señales de querer dejar el poder.
La comunidad internacional, al menos por ahora, observa desde la distancia. Sin una presión suficiente por parte de actores regionales y globales, la crisis política del país corre el riesgo de normalizarse.
Camina hacia un autoritarismo silencioso, con protestas apagadas a golpe de represión y llamados a la pasividad disfrazados de estabilidad. Miles de cameruneses, como Caroline Akuh y Amadou Adji, son víctimas de un sistema congelado en el tiempo, donde “el orden” pesa más que la justicia.
En palabras de Tchiroma: “Nos han robado la voz. Pero el silencio también puede hablar”.
