Tierra rara, tensión global: el pulso estratégico entre China y la Unión Europea
La reciente suspensión de los controles de exportación de tierras raras por parte de China abre una nueva fase de cooperación comercial con la Unión Europea, en una jugada clave para el equilibrio tecnológico y geopolítico del siglo XXI
¿Por qué importan tanto las tierras raras?
Las tierras raras son un conjunto de 17 elementos químicos poco comunes en el planeta, aunque no necesariamente escasos, que juegan un rol vital en la fabricación de tecnología de punta. Desde teléfonos inteligentes, vehículos eléctricos, turbinas eólicas hasta sistemas de navegación de misiles y radares militares, estos materiales están en el corazón del mundo moderno.
Pero también representan un punto de fricción geopolítica. ¿La razón? China controla más del 60% de la producción mundial y monopoliza buena parte del refinado y procesamiento, una etapa donde la experiencia técnica es clave.
"Las tierras raras son al siglo XXI lo que el petróleo fue al XX" — William Adams, analista de Fastmarkets.
Entre Beijing y Bruselas: diplomacia mineral
En un reciente acercamiento entre la Unión Europea (UE) y China, ambas partes acordaron medidas para estabilizar el comercio de estos materiales críticos. Tras las restricciones impuestas por Pekín durante abril y octubre, la UE logró que el gigante asiático suspendiera por 12 meses los controles a las exportaciones de tierras raras.
El comisario de Comercio de la UE, Maroš Šefčovič, se reunió en Bruselas con el ministro chino de Comercio, Wang Wentao, para discutir este asunto estratégico. El mensaje oficial es claro: mantener unas relaciones comerciales estables para garantizar un flujo continuo de materiales indispensables para las economías europeas.
Según Olof Gill, portavoz de la Comisión Europea, esta suspensión muestra una voluntad por parte de China de mantener abiertas las vías de comercio con Europa en un momento de incertidumbre geopolítica creciente.
¿Qué motivó la decisión china?
China justificó sus restricciones pasadas de exportación como una forma de proteger sus recursos y garantizar que se usen de manera eficiente dentro del país. No obstante, detrás hay una lógica más compleja. Las tensiones entre Occidente y el gobierno de Xi Jinping por desequilibrios comerciales, derechos humanos y seguridad tecnológica, hacen de estas medidas armas económicas.
Según datos del Eurostat, el déficit comercial de la UE con China ascendió a 300.000 millones de euros en 2023. La dependencia de los productos refinados y materia prima técnica provenientes de Asia coloca a Europa en una posición negociadora delicada.
Justamente, la creación de un sistema de licencias de exportación es uno de los pasos más importantes para garantizar transparencia y predecibilidad. Ambos bloques avanzan hacia ese objetivo.
Un contexto global de competencia tecnológica
La necesidad de tierras raras no es exclusiva de Europa. Estados Unidos, Japón, Corea del Sur e India dependen también de estos materiales, y muchos de ellos han lanzado programas de inversión y producción interna para reducir su dependencia china.
- Estados Unidos: Reabrió antiguas minas en California (como Mountain Pass) y busca invertir en procesamiento local.
- Japón: Diversificó proveedores incluyendo Sudáfrica y Vietnam, y financia estudios para el reciclaje.
- India: Planea mega instalaciones estatales de separación de tierras raras.
La UE, por su parte, ha lanzado en marzo de 2023 su Critical Raw Materials Act, con el objetivo de que para 2030 al menos el 10% de su consumo anual de tierras raras se extraiga localmente y el 40% se procese dentro del bloque.
¿Dependencia o cooperación?
La relación entre China y Europa no es solo económica. También está mediada por la diplomacia climática. Ambas potencias impulsan transiciones energéticas ambiciosas que requieren una enorme inversión en energía renovable... y por tanto, más tierras raras.
Imanes de neodimio, utilizados en turbinas eólicas y motores eléctricos, son un ejemplo claro. La disminución o encarecimiento de estos imanes podría ralentizar los objetivos climáticos de la Comisión Europea.
El hecho de que Bruselas y Beijing logren ponerse de acuerdo, como ocurrió esta vez, reduce las tensiones y favorece un entorno donde las cadenas de suministro críticas se convierten en un punto de cooperación, no de confrontación.
El caso de los semiconductores: una advertencia cruzada
En la misma reunión en Bruselas, los representantes abordaron otra cuestión delicada: las regulaciones europeas sobre la exportación de semiconductores hacia China. Recordemos que China enfrenta un cerco creciente por parte de EE.UU. en el sector tecnológico. Las empresas europeas, como ASML (Países Bajos), han sido presionadas para limitar ventas de equipos avanzados a fabricantes chinos.
Esta situación genera tensiones bilaterales importantes, ya que Pekín lo considera una maniobra proteccionista e ilegal desde el punto de vista de la OMC. Por ello, China podría utilizar su dominio sobre las tierras raras como ficha de negociación para responder a dichas restricciones.
¿Una tregua de conveniencia?
Analistas apuntan que esta suspensión temporal de controles a las exportaciones podría ser parte de una estrategia para enfriar las tensiones con Bruselas, no necesariamente una señal de apertura estructural. "Es más una tregua táctica que una alianza estratégica", señala la consultora Eurasia Group.
Sin embargo, se marca un precedente. Al institucionalizar un sistema de licencias, los actores europeos pueden al menos planificar a futuro y reducir el impacto de políticas impredecibles desde Pekín.
Tierras raras, energía, defensa... ¿y guerra tecnológica?
En un contexto donde las guerras comerciales son tan relevantes como los conflictos armados, las tierras raras se convierten en un territorio de disputa cada vez más evidente. Su rol como insumo fundamental para tecnologías emergentes las coloca en el centro de las decisiones de seguridad, desarrollo industrial y defensa.
No es casual que países con fuerte desarrollo armamentístico como Rusia también intenten fortalecer su industria local de procesamiento de tierras raras para reducir dependencia.
Europa, mientras tanto, debe responder con una estrategia común. No solo con inversión y subsidios para nuevas minas (como las que se proyectan en Suecia o Groenlandia), sino también con una concertación diplomática duradera con socios clave como China.
¿Se puede confiar en un socio dominante?
La gran incógnita para la UE es si a largo plazo puede confiar en China como proveedor. La experiencia reciente invita a la cautela: en 2010, Pekín bloqueó temporalmente exportaciones a Japón, tras tensiones políticas por las islas Senkaku. Los precios globales se dispararon.
En ese sentido, diversificar las fuentes de tierras raras es imperativo. Ya existen acuerdos de cooperación con Brasil, Australia y Estados africanos ricos en minerales (como la República Democrática del Congo y Malawi), pero aún no alcanzan para sustituir completamente a China.
¿Qué podría pasar en los próximos meses?
Todo indica que la UE buscará acelerar sus inversiones en autonomía estratégica, sobre todo en etapas críticas de la cadena como el refinado y la separación de óxidos.
Además, muy probablemente Europa se alinee con Estados Unidos en exigir transparencia técnica y ambiental a las exportaciones chinas. Pekín, por su parte, podría condicionar futuros accesos a sectores donde mantiene una posición monopólica, como el galio o el germanio.
También se espera que en 2024 y 2025 la UE impulse alianzas industriales público-privadas para reciclar componentes electrónicos, una fuente alternativa de tierras raras que ya exploran Japón y Corea del Sur.
El equilibrio incierto y nuestras baterías del futuro
Mientras el mundo corre hacia el paradigma ecológico, eléctrico e inteligente, las tierras raras se coronan como el nuevo oro gris del presente. Lo que sucede entre China y la Unión Europea no es solo un tema técnico ni comercial: es una disputa silenciosa por el futuro de nuestras baterías, coches, teléfonos… y hasta la seguridad del continente.
Por ello, más allá de la tregua temporal en 2024, los europeos deberán elegir entre diseñar un modelo de independencia o seguir jugando al equilibrista con su mayor proveedor estratégico.
