¿Legado o lavado climático? El polémico nuevo pacto ambiental de la Unión Europea hacia 2040
El ambicioso plan de reducción del 90% en emisiones genera críticas por abrir la puerta al uso de créditos de carbono internacionales y permitir revisiones periódicas del objetivo
Una promesa climática bajo la lupa
La Unión Europea anunció esta semana un ambicioso compromiso de reducir sus emisiones de carbono en un 90% para el año 2040, en comparación con los niveles de 1990. Este acuerdo, alcanzado tras intensos debates entre ministros de medio ambiente de los 27 países miembros, representa el puente hacia la próxima gran cita ambiental en el calendario internacional: la COP30 que se celebrará en Brasil.
Pero la nueva meta, aunque ambiciosa en los números, está generando controversia entre ambientalistas y grupos políticos. Si bien algunos celebran que Europa mantenga un rol de liderazgo global, otros denuncian que los “ajustes técnicos” y las flexibilidades introducidas diluyen peligrosamente el verdadero impacto del compromiso.
¿Un paso adelante... o dos atrás?
El objetivo del 90% parece, a primera vista, una evolución lógica del Pacto Verde Europeo y del compromiso con la neutralidad climática para 2050. Sin embargo, varios expertos acusan que el paquete actual incluye cláusulas que permiten a los Estados miembros comprar créditos de carbono en mercados internacionales, en lugar de reducir directamente sus emisiones domésticas.
Según Thomas Gelin, activista de Greenpeace para la UE, "el uso de lavados de carbono offshore para cumplir con este objetivo nominal significa que el compromiso propio de la UE es mucho menor. Y ese compromiso significará aún menos con una cláusula incorporada para diluir el objetivo cada dos años".
Esta crítica cobra aún más peso considerando que el modelo de comercio de emisiones para sectores como el transporte y la calefacción se ha pospuesto, a demanda de países como Polonia, quienes consideran que estas regulaciones pueden tener impactos económicos severos.
Unión... pero dividida
La votación final del acuerdo no fue unánime. Hungría, Polonia y Eslovaquia votaron en contra del texto, y expresaron su preocupación por los costos económicos de una transición energética forzada.
Aun así, otros países como España, Finlandia, Alemania y Países Bajos jugaron un papel clave para asegurar que el objetivo del 90% se mantuviera como horizonte. La ministra sueca de clima Romina Pourmokhtari destacó que "esto es exactamente la señal que Europa debe enviar en estos tiempos".
Por su parte, Wopke Hoekstra, Comisario Europeo de Clima, defendió el pacto con estas palabras: "En este continente, continuaremos con la acción climática, pero debe integrarse con independencia y competitividad. Las tres cosas son esenciales".
¿Frentes políticos o climáticos?
Desde la firma del Acuerdo de París en 2015, no hay duda de que Europa ha querido liderar la lucha contra el cambio climático. Sin embargo, la geopolítica ha cambiado severamente. La guerra en Ucrania, la inestabilidad en relaciones con EE.UU., una deriva hacia la derecha en varios gobiernos europeos y la inflación energética han provocado una creciente tensión entre las prioridades ambientales y económicas.
Las protestas agrícolas en Alemania y Francia, por ejemplo, señalan que muchos sectores ven las regulaciones verdes como un obstáculo a la competitividad. Algunos gobiernos consideran que Europa debe apostar por energías renovables propias o terminará comprando tecnología verde a países como China.
La trampa de los créditos de carbono
Uno de los componentes más polémicos del nuevo acuerdo es la posibilidad de que los países miembros puedan cumplir parte de sus reducciones comprando créditos de carbono a otros países, especialmente en vías de desarrollo. Si bien este mecanismo busca ofrecer flexibilidad, muchos argumentan que abre la puerta a prácticas poco éticas, conocidas como "lavado de emisiones".
De hecho, ya existen antecedentes que generan dudas: en el pasado, varios proyectos de compensación de emisiones en Asia y África han sido cuestionados por su efectividad o impacto real en las comunidades receptoras.
Jeroen Gerlag, director en Europa del grupo Climate Group, sentencia esto con claridad: "Aunque la UE mantiene su compromiso sobre el papel, en la práctica estará trasladando parte de sus reducciones a otros —convirtiéndolo en problema de otros".
Una historia de liderazgo climático... ¿en pausa?
Desde principios de la década de 2000, la Unión Europea ha sido pionera en normas de eficiencia energética, comercio de emisiones, y promoción de energías limpias. Sin embargo, el debate actual revela una UE atrapada entre la urgencia climática y los goles a corto plazo de estabilidad económica.
El sistema de comercio de derechos de emisión (ETS) lanzado en 2005 fue el primero de su tipo a nivel mundial, y ha servido como modelo para otras iniciativas. Además, la UE fue una de las primeras en fijar un objetivo de carbono neutralidad para 2050.
Pero hoy, esa vanguardia parece menos clara. Con una economía debilitada por las guerras, tensiones comerciales con China y pujas internas, alinear a 27 países bajo una misma dirección es más difícil que nunca.
Camino hacia la COP30: ¿postureo o liderazgo?
El calendario internacional pone ahora el foco en Brasil, donde tendrá lugar la COP30 en Belém, Amazonia. Hasta entonces, la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, llevará este acuerdo como piedra angular del mensaje europeo.
La ministra de clima de España, Sara Aagesen, lo expresó así: “Ahora tenemos la posibilidad de ir a Belém con liderazgo”. Pero, ¿es realmente liderazgo lo que proyectará Europa, o será vista como un continente que pone condiciones para cumplir sus metas sólo si su economía lo permite?
La respuesta puede estar en cómo los eurodiputados manejen las próximas etapas. Antes de que el pacto sea jurídicamente vinculante, deberá ser aprobado por el Parlamento Europeo y negociado con el Consejo de la UE.
Lo que dicen los datos
- La UE representa aproximadamente el 8% de las emisiones globales de gases de efecto invernadero, según datos del Global Carbon Project.
- Su objetivo de neutralidad para 2050 implica que las emisiones netas tengan que ser prácticamente cero de aquí a 27 años.
- En 1990, las emisiones de la UE-27 eran de 5.720 millones de toneladas de CO₂ equivalente. El recorte del 90% plantea emitir menos de 600 millones en 2040.
- En 2022, las emisiones ya se habían reducido en torno a un 32% respecto a los niveles de 1990.
¿Y ahora qué?
Europa está en una encrucijada. ¿Será capaz de mantener su rol de vanguardia sin sacrificar la cohesión interna y su economía? ¿Podrá evitar que los mecanismos de compensación se conviertan en una salida fácil —y poco ética— al problema climático?
El nuevo acuerdo muestra una evidente tensión entre el pragmatismo y la urgencia ecológica. Es una señal, sí. Pero también un espejo. Uno que nos obliga a preguntarnos si el cambio climático sigue siendo una prioridad real o si ya se ha convertido en una moneda de cambio electoral y económica.
Lo cierto es que, mientras la temperatura media global ya supera los 1,1 °C respecto a la era preindustrial y los eventos extremos aumentan en intensidad y frecuencia en Europa, las decisiones deben ser más audaces y menos diluibles.
Después de todo, el planeta no negocia.
