COP30 en Brasil: ¿Última llamada para la Amazonía y el clima global?
El pulmón del planeta está en peligro, y mientras las grandes potencias se ausentan del debate, Lula busca liderar una cumbre climática con más contradicciones que certezas
Belem: la capital momentánea de la esperanza climática
Desde las alturas, el paisaje es sobrecogedor. Belem, una ciudad costera en la desembocadura del Río Amazonas, se presenta al mundo como un estandarte verde salpicado de ríos serpenteantes. Pero un vistazo más detenidamente revela llanuras áridas y deforestadas, cicatrices profundas donde antes latía la selva más biodiversa del planeta.
Este contraste resume el dilema climático que enfrenta la humanidad y que, irónicamente, se abordará en el mismísimo corazón del problema: la Amazonía brasileña. La Conferencia de las Partes número 30, más conocida como COP30, ha comenzado en Belem con la promesa, o al menos la esperanza, de convertirse en la "COP de la implementación". Pero bajo la superficie de los discursos, las contradicciones y ausencias pesan más que los acuerdos firmados.
Una cumbre con vacíos importantes
Los líderes de los tres mayores emisores de gases de efecto invernadero —Estados Unidos, China e India— están ausentes. Mientras Ding Xuexiang, viceprimer ministro chino, representa tímidamente a su nación, el expresidente Donald Trump, nuevamente una figura central del poder estadounidense, decidió no enviar altos funcionarios, repitiendo el gesto simbólico con el que se retiró del Acuerdo de París en su primer día como presidente.
Para activistas como Nadino Kalapucha, del grupo indígena Kichwa del Amazonas ecuatoriano, esta ausencia representa más que una silla vacía: “La falta de compromiso de los grandes contamina el ánimo global. Empuja a nuestros países hacia el negacionismo y la desregulación”.
Argentina, bajo el liderazgo de Javier Milei, sigue esa misma tendencia con declaraciones provocadoras como "el cambio climático es un invento socialista", y la amenaza latente de retirarse del Acuerdo de París.
Lula: héroe ambiental con doble filo
Brasil, anfitrión del evento, también muestra su doble rostro. El presidente Luiz Inácio Lula da Silva ha sido elogiado por revertir la tendencia de deforestación que su predecesor, Jair Bolsonaro, había acelerado. Bajo su liderazgo, la destrucción del Amazonas bajó un 33,6% entre enero y julio de 2023, una cifra que revivió cierto optimismo ambiental (Observatório do Clima).
No obstante, Lula también ha aprobado la exploración petrolera cerca de la desembocadura del Amazonas por parte de la estatal Petrobras. Esta decisión generó críticas globales. “No quiero ser un líder ambiental. Nunca lo he pretendido”, se defendió ante los medios, dejando claro que sus prioridades pueden no alinear del todo con su imagen internacional.
Fondos y promesas: el gran reto de la implementación
Durante esta COP30, Lula lanzará el ambicioso Fondo Bosques Tropicales para Siempre, una iniciativa que busca conservar selvas en más de 70 países en desarrollo. Se trata de un fideicomiso permanente cuya meta es apalancar un dólar del sector público para atraer cuatro del privado.
Pero, como ha sucedido en casi todas las cumbres del clima, la pregunta sigue siendo si esas promesas se traducirán en fondos reales. Desde 2009, se ha discutido transferir $100 mil millones anuales a países del sur global para financiamiento climático. Hasta 2023, ese número nunca se cumplió.
Belem improvisa: de hoteles de amor a refugios escolares
La logística de Belem ha sido puesta a prueba. Para una ciudad de solo 1,3 millones de habitantes y apenas 18,000 camas hoteleras, albergar a más de 30,000 delegados internacionales se ha vuelto un verdadero rompecabezas urbano.
- Se han habilitado barcos de crucero como hoteles flotantes.
- Escuelas públicas, oficinas de gobierno e incluso moteles por hora —usualmente reservados para encuentros furtivos de pareja— ahora hospedan científicos y burócratas.
- El precio por noche en estos lugares ha pasado de $10 a más de $200.
Incluso un hotel para gatos se ha reconvertido temporalmente en alojamiento humano. “Algunos bípedos también merecen nuestra generosidad”, bromea Eugênia Lima, su dueña, visiblemente orgullosa de estar participando en una cumbre histórica.
Activismo a todo pulmón: la protesta regresa
A diferencia de las últimas tres COP celebradas en países autoritarios (Egipto, Emiratos Árabes y Azerbaiyán), en Brasil las protestas viven su renacer. Barcos llenos de activistas surcaron el río Amazonas con velas que ondeaban pancartas de Greenpeace y otros movimientos ambientales. “Acción, justicia, esperanza”, decía uno; “Respeto para la Amazonía”, otro.
La COP30 en Belem también ofrece un espacio para que las comunidades indígenas lideren los debates desde la experiencia de vivir en la primera línea del cambio climático. Las voces tradicionales están siendo amplificadas, aunque no siempre escuchadas con atención por quienes toman las grandes decisiones.
¿Podemos confiar en la cumbre climática más política de todas?
La COP30 no solo es una cumbre ambiental. También es un reflejo de las tensiones geopolíticas actuales. La falta de liderazgo visible por parte de EE.UU. y China ha dejado a los países europeos intentando sostener un barco que hace agua por múltiples frentes.
“Los acuerdos climáticos no pueden vivir solo de buenas intenciones”, advirtió Ursula von der Leyen en su discurso inaugural, “necesitan firmeza, financiamiento y vigilancia”.
Mientras tanto, en medio de las negociaciones, las contradicciones siguen siendo evidentes. Las mismas naciones que predican reducción de emisiones siguen financiando o subsidiando combustibles fósiles.
¿Y el futuro del Amazonas?
Se estima que la Amazonía ha perdido cerca del 17% de su cobertura forestal en los últimos 50 años. Diversos estudios indican que si ese número alcanza el 20-25%, se puede desencadenar un punto de no retorno que transformaría a la selva en una sabana, incapaz de absorber CO₂ en las mismas proporciones.
“Estamos al borde del colapso ecológico”, advierte Carlos Nobre, uno de los climatólogos más reconocidos de Brasil. “La Amazonía no tiene infinito tiempo de espera. Este es nuestro momento, o no habrá otro”.
Pero el cambio no se logra de forma unilateral. Requiere voluntad política global, coordinación internacional y la disposición de sacrificar intereses económicos a corto plazo por un futuro sostenible.
Hasta ahora, la COP30 sirve más como espejo de nuestras contradicciones que como motor real de transformación. El mensaje de Belem, aunque fragmentado, podría ser claro si escuchamos más allá de los discursos: salvar el clima no será cómodo, barato ni rápido. Pero es urgente, y no podemos permitirnos más fracasos diplomáticos disfrazados de esperanza verde.
