El tifón Halong y la tragedia silenciosa de las aldeas nativas en Alaska

Tradición, cambio climático y desplazamiento cultural en una región olvidada

La tormenta que lo cambió todo

En octubre de 2025, los remanentes del tifón Halong azotaron con furia la costa occidental de Alaska, dejando tras de sí un paisaje desolador en aldeas remotas como Kwigillingok y Kipnuk. Las fuertes lluvias combinadas con marejadas ciclónicas generaron una destrucción sin precedentes: hogares arrancados de sus cimientos, estructuras flotando a kilómetros de distancia y un éxodo forzado de más de 1,600 personas. Para comunidades dedicadas durante siglos a una vida de subsistencia y profundos lazos con la tierra, el desastre no solo fue material, sino también existencial.

Vidas flotando entre los escombros

Darrel John, uno de los pocos que decidió quedarse en Kwigillingok después del tifón, lo explica con crudeza: “No podía abandonar mi comunidad.” El edificio escolar del poblado ahora sirve como refugio y centro de coordinación para labores de rescate. Allí, un puñado de habitantes enfrentan un nuevo y crudo invierno rodeados de permafrost, escombros y un futuro incierto.

Una persona murió y dos están desaparecidas tras la tormenta. La magnitud del daño dificulta las tareas de búsqueda y reconstrucción. Según la oficina del gobernador de Alaska, Mike Dunleavy, la recuperación de las aldeas tomará al menos 18 meses. Mientras tanto, cientos de personas viven en alojamientos temporales en Anchorage, la ciudad más grande del estado.

Un éxodo forzado hacia la modernidad

Para muchos desplazados, la vida en Anchorage representa una ruptura total con sus raíces. La transición es radical: de un estilo de vida basado en la pesca, la caza y la recolección, a hoteles impersonales y comidas procesadas. La falta de acceso a alimentos tradicionales como el King eider y la necesidad de usar tarjetas prepagadas en supermercados reflejan un abismo cultural imposible de ignorar.

La familia Fox, originaria de Kipnuk, ahora vive en un hotel en Anchorage. “Extrañamos nuestro hogar, el mar, la tranquilidad de nuestra aldea. Aquí todo es ruido, tráfico y estructuras grises”, declaró Teena Fox a medios locales. Ella y otras familias luchan por mantener sus costumbres en un entorno que no las comprende ni las integra.

El peso del clima extremo en comunidades vulnerables

El caso de Halong no es aislado. Según un estudio de la IPCC (Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático), el Ártico se calienta casi cuatro veces más rápido que el promedio mundial. Este calentamiento trae consigo una intensificación de tormentas, mayor derretimiento del permafrost y una erosión costera que amenaza con borrar aldeas enteras del mapa.

Según datos del U.S. Geological Survey, más de 31 aldeas nativas en Alaska están en riesgo de desplazamiento a causa del cambio climático. Algunas, como Newtok, ya han comenzado el proceso de reubicación. Sin embargo, el desplazamiento suele afectar principalmente a sectores pobres, indígenas y rurales: los menos responsables de las emisiones de gases de efecto invernadero pero los más expuestos a sus consecuencias.

Memorias flotantes: la pérdida de identidad

En Bethel, otro refugio temporal, las fotografías recuperadas de la casa de la familia Paul yacen sobre una cómoda. Son fragmentos de una vida interrumpida. Historias que ahora solo pueden contarse, no vivirse.

“Mi abuela enseñaba a mis hijos a pescar con red en el estuario. Ahora, eso quedó en el pasado. Mis hijos aprendieron a pedir comida por una app antes que a cortar hielo,” relata Peter “Joe” Paul desde su habitación de hotel en Anchorage.

La pérdida no es solo física o económica, es cultural. Las tradiciones orales, los nombres en lengua Yup’ik, las ceremonias, las rutas de caza, todo queda suspendido en un limbo, sin espacio ni tiempo para practicarse. Como afirmó en un simposio la antropóloga Katrina Bennett, “las comunidades indígenas no solo pierden casas ante los desastres climáticos, pierden mundos”.

¿Reconstrucción o reubicación?

La gran disyuntiva ahora es: ¿reconstruir donde estaban las aldeas o trasladar sus poblaciones a lugares más seguros?

El gobierno federal y el estado han destinado fondos para evaluar ambas posibilidades. Sin embargo, los líderes locales temen que la ayuda tarde demasiado o sea insuficiente. El alcalde de Kipnuk, Raymond Agayul, dijo en entrevista que “cada día que pasa se pierden tradiciones, desaparecen lenguas, se diluye la comunidad.”

Algunos expertos advierten también que el estilo de vida occidental urbano impuesto por la reubicación forzada podría provocar altos niveles de estrés, adicciones e incluso suicidios en comunidades ya vulnerables.

La fuerza de la resiliencia

A pesar del dolor, la resistencia cultural no se rinde. En Kwigillingok, entre ruinas y barro, tres mujeres —Minnie Brown, Patricia Twitchell y Nettie Igkurak— cocinan pan frito y carne de eider para los rescatistas y vecinos. “Mientras podamos preparar nuestros platos, estaremos aquí. No todo está perdido”, dicen con orgullo.

Entre ellos sobresale el espíritu Yup’ik, una cosmovisión profundamente arraigada en la relación con la tierra, el agua y el hielo. El término Ellam Yua representa el alma o espíritu del universo, y muchos consideran que actos como preparar alimentos tradicionales o contar historias a los más jóvenes son formas de diálogo con él.

El legado que se derrite

Lo que está en juego tras el tifón Halong es más que la reconstrucción de unas pocas aldeas. Es el relato de cómo el cambio climático empuja a extinción no solo especies, sino culturas enteras. Se estima que hay más de 90 lenguas indígenas en peligro en EE.UU., la mayoría de ellas en Alaska.

Según la Ethnologue, menos de 10% de los niños Yup’ik en zonas urbanas hablan el idioma. Las evacuaciones y la ruptura cultural podrían acelerar este olvido lingüístico.

Una pregunta urgente

¿Qué ocurre cuando el mundo se calienta tanto que ya no hay rincón remoto ni tradición ancestral a salvo? ¿Cómo honramos la memoria de un pueblo cuya cotidianidad fue arrasada por el agua, cuando el mundo sigue actuando como si la emergencia climática aún fuera discutible?

La tragedia de Halong no es solo climatológica. Es espiritual, cultural, política. Nos obliga a repensar la palabra “resiliencia” y a preguntarnos si hemos hecho todo lo posible por proteger no solo a las personas, sino a las formas de vida que nos enseñaron a vivir con la tierra, no contra ella.

Fuentes y recursos adicionales

Este artículo fue redactado con información de Associated Press