Los hipopótamos de la coca: arte, política y delirio en la herencia animal de Pablo Escobar

Cómo los hipopótamos del narco se han convertido en una crítica simbólica del poder, la historia y el fracaso de la guerra contra las drogas en Colombia

En el corazón de Bogotá, en una exposición tan original como provocadora, los hipopótamos de Pablo Escobar han vuelto a la vida, pero no en la selva ni en el zoológico, sino en cuadros, fotografías, hongos alucinógenos y tapas de sátira política. La historia de estos animales africanos, traídos por el capo del narcotráfico en los años 80 a su finca Hacienda Nápoles, ha dejado de ser una mera curiosidad exótica para convertirse en un espejo grotesco —y sorprendentemente actual— de la sociedad colombiana y global.

Un legado biológico del narcotráfico

Cuando Pablo Escobar importó, entre elefantes, cebras y jirafas, un grupo de hipopótamos del Nilo para su zoológico privado en Antioquia, lo hizo como símbolo de lujo, poder y extravagancia. Lo que nunca imaginó fue que tres décadas después, estos animales se multiplicarían hasta convertirse en una amenaza ambiental y un fenómeno político, científico y cultural.

Actualmente, según el Ministerio del Medio Ambiente de Colombia, existen más de 160 hipopótamos en libertad en la región del Magdalena Medio. Esta población —que podríamos llamar la más grande fuera de África— está catalogada como una especie invasora desde 2022 por el gobierno colombiano, debido a su impacto en los ecosistemas acuáticos locales, la competencia con especies nativas y el riesgo que representan para las comunidades humanas.

Edgar Jiménez: el fotógrafo del narcozoológico

En medio de este contexto, el fotógrafo Édgar Jiménez, antigua mano derecha y documentalista visual de Escobar, ha salido de la sombra con un retrato que ha generado fascinación y escalofríos: “Adán y Eva”, una imagen de dos de los primeros hipopótamos en llegar a Hacienda Nápoles, tomada sin ninguna barrera protectora, a tan solo cuatro metros de distancia.

Jiménez, ahora de 75 años, recuerda que, por aquel entonces, nadie advertía el peligro real de estos animales: “No sabíamos lo letales que podían ser. De hecho, esa misma pareja de hipopótamos mató a un camello días después”. Además de documentarlos, Jiménez era el encargado de llevar el inventario de todos los animales del zoológico privado —una labor que hoy parece sacada de una novela gótica surrealista.

El arte como crítica a la narcocultura

Jiménez ha sido uno de los 20 artistas invitados a participar en la exposición “Microdosis para domar al hipopótamo interior”, organizada por la Casa Échele Cabeza en Bogotá, un espacio dirigido por la ONG Acción Técnica Social, dedicada a la regulación de drogas y la reducción de daños. El título es ya una declaración metafórica: “domar al hipopótamo interior” es afrontar los excesos ególatras, la corrupción y la violencia del narco dentro de la sociedad y la psiquis colectiva.

El curador de la exposición, Santiago Rueda, explica que no buscan moralizar sino invitar a una reflexión política, visceral e irónica: “Los hipopótamos son una metáfora de la locura narco. No es sólo Escobar: es el lujo desproporcionado, el delirio de poder. Hoy el narco sigue siendo parte de la estética dominante, no solo en Colombia sino en todo el continente”.

La gran narco arca

Entre las obras más llamativas se encuentra un tapiz de Carlos Castro titulado La gran narco arca, que muestra a Escobar descendiendo de un gigantesco avión militar junto a animales que bajan de dos en dos —una clara alusión al Arca de Noé. En lugar de salvar la creación, esta arca parece portar el caos, la invasión y la farsa mítica del narco como símbolo casi divino de un orden tergiversado.

“Es una sátira bíblica y política”, explica Rueda, “porque así como Noé salvaba a los animales del diluvio, Escobar los traía como símbolos de su propio poder sobre la vida y la muerte”.

Los hongos psicodélicos del narco

Otra pieza que despierta asombro es la del artista Camilo Restrepo, quien cultiva hongos alucinógenos en laboratorio utilizando estiércol de hipopótamo, una práctica que mezcla ciencia, arte y psicodelia en una alegoría brutal. “Me di cuenta de que era posible gracias a un estudio de biodegradabilidad”, afirma el artista. “Es irónico: del animal narco que representa el ego desbordado de la cocaína, surgieron hongos que disuelven el ego”.

Restrepo contrapone los efectos de las dos sustancias: “La cocaína exacerba el ego, el hipopótamo representa ese ego bestial. Pero los hongos nacidos de su excremento hacen lo contrario: deshacen la ilusión del yo”.

La paradoja es contundente y no deja indiferente a ningún visitante. “Es una crítica a la guerra contra las drogas y a su fracaso brutal”, añade el artista. “¿Cómo es posible que de tanto dinero, muerte y destrucción surja algo vivo, sutil, sanador y completamente opuesto?”

De símbolo de guerra a emblema artístico

Desde su invasión ecológica hasta su conversión en fetiche estético, los hipopótamos de Escobar han protagonizado una narrativa mutante. En ellos hay algo trágico, cómico y profundamente humano. No eligieron ser parte del tráfico de influencias, de animales ni de drogas. Fueron capturados, trasladados, fotografiados, temidos y ahora, homenajeados.

Para los científicos, los hipopótamos son una amenaza real. Para los ciudadanos del Magdalena Medio, son un riesgo. Para los artistas de la Casa Échele Cabeza, son una oportunidad de reinterpretación. Para los sociólogos, un caso único de cómo el legado del narcotráfico trasciende incluso lo biológico.

¿Qué diría Escobar si viera esto? Probablemente, se reiría. La historia lo ha hecho icono, meme, villano, héroe popular, monstruo y mártir. Pero sus hipopótamos lo han superado: siguen vivos, prolíficos, simbólicos y peligrosos. Son, paradójicamente, los herederos más duraderos de su imperio de cocaína y dinero.

Decía el escritor William Burroughs: “You become what you hate”. Colombia, a pesar de sus esfuerzos, todavía no ha exorcizado los fantasmas del narco. Pero desde el arte y la ironía, quizá podamos empezar a entender que no basta con erradicar; hay que resignificar. Y si un excremento de hipopótamo puede enseñar algo, es que incluso lo más grotesco tiene un potencial transformador.

La exposición “Microdosis para domar al hipopótamo interior” es una de las expresiones más audaces de crítica cultural y política en América Latina hoy: una mezcla de escatología, belleza, protesta y memoria colectiva en tiempos en los que la narcocultura vuelve a seducir a las nuevas generaciones.

Este artículo fue redactado con información de Associated Press