Reseña: “Gran Turismo” logra emoción pese a los clichés

Reseña: “Gran Turismo” logra emoción pese a los clichés
En esta imagen proporcionada por Sony Pictures, Archie Madekwe, izquierda, y David Harbour en una escena de "Gran Turismo". (Gordon Timpen/Sony Pictures vía AP)

En 2006, un ejecutivo de marketing de Nissan tuvo la idea realmente loca de crear una competencia y una “academia” para convertir a jugadores de videojuegos en pilotos de carreras. Darren Cox vio un mercado sin explotar de compradores potenciales de automóviles en los entusiastas de “Gran Turismo”, el popular simulador de carreras de PlayStation que salió al mercado por primera vez en 1997. Y en el tercer año de la “GT Academy”, surgió una estrella real, un chico británico de 19 años llamado Jann Mardenborough, que se convertiría en piloto profesional, tal como lo soñó.

Es una buena y lucrativa idea para una película: una historia inspiradora de jugadores que van de menos a más en la que marcas como Nissan y PlayStation, una compañía de Sony que también es propietaria del estudio detrás de la película, pueden tomar parte del crédito y ayudar a financiarla. Y no podría llegar en mejor momento, cuando la F1 está explotando en popularidad en Estados Unidos y otras partes gracias a la serie de Netflix “Drive to Survive”.

“Gran Turismo” ha aprovechado esta oportunidad y ha hecho la versión cliché de este año de películas como “Barbie” y “Air”, que mostraron al público que los filmes de “marca” no tienen que ser básicos. Pueden ser frescos, vibrantes, divertidos y entretenidos, incluso cuando se centran literalmente en los idiotas corporativos que sólo intentan ganarse la vida.

Si no conoces los entresijos de la historia de Mardenborough, es mejor no estudiar antes de “Gran Turismo”. La película, que ha pasado por varios escritores y directores a lo largo de los años en los que ha estado en desarrollo, se toma inmensas libertades con su historia real y elige elementos de varios puntos en la carrera de Mardenborough para hacer que su año de debut sea lo más dramático posible. La versión que llega a los cines se atribuye a los guionistas Jason Hall y Zach Baylin y al director Neill Blomkamp de “District 9″ (“Distrito 9”) y “Chappie”, a quien le gusta amplificar la emoción de un automóvil que va a 200 millas (321 kilómetros) por hora, con muchos cortes y acercamientos, así como tomas aéreas que no le gustaban al veterano elegido para entrenar a estos aficionados.

Ese veterano, llamado Jack Salter, es interpretado por David Harbour, quien es bastante agradable en un papel muy cliché de “mentor rudo y amoroso, con un pasado oculto”. Aporta vida y energía y una divertida voz de la razón a esta increíble historia que parece indecisa entre los carriles.

La primera hora se apoya en gran medida en la mitificación de la marca, ya que configura todo y es pesada. Casi a pesar de esto, la segunda mitad, que se centra en las carreras reales, es más exitosa. Se trata de un desvalido muy agradable que tiene una buena travesía, con un actor principal atractivo y empático como Archie Madekwe. Sus padres, interpretados por Djimon Hounsou y la ex Spice Girl Geri Halliwell-Horner, también son personajes atractivos, aunque se subutilizan y se sacan a relucir sólo para lograr el máximo impacto emocional. Podríamos haber usado un poco más del clan Mardenborough y un poco menos del interés amoroso de Jann, Audrey (Maeve Courtier-Lilley), con quien se presenta a otro personaje femenino periférico en una escena de 5 segundos tan inesperada y aleatoria que me preguntaba si sólo estaba allí para que la película muy masculina pudiera tatar de pasar la prueba de Bechdel.

El pobre Orlando Bloom se pierde un poco como el ansioso ejecutivo de marketing de Nissan, Danny Moore, quien es frustrantemente subestimado y en quien la película se esfuerza mucho para evitar convertirlo en enemigo. Eso más bien le ocurre a un joven piloto engreído que está allí para representar el lado del dinero en las carreras europeas, con su automóvil dorado con la marca Moët & Chandon. En cambio, Bloom es una especie de guía turístico de la buena vida, pronunciando diálogos como "¿alguna vez has estado en un jet privado antes?”, al joven piloto de la GT Academy. Pero lo más atroz es la descripción de los ejecutivos japoneses de Nissan, que son esencialmente actores de fondo anónimos y sin carácter, vestidos con trajes iguales, que deben asentir o parecer vagamente confundidos mientras Danny intenta asegurarles que estos conductores aficionados no morirán.

La película quiere idealizar los placeres simples de conducir un auto de carreras fuera del brillo y el glamour de la industria de alto rendimiento, y ha sido dirigida por alguien que en realidad no cree que conducir es suficiente y que necesita todos los adornos de un filme derivado de “Fast and Furious” (“Rápido y Furioso”) para que sea emocionante para la audiencia. Es como la versión MTV del documental que hace Winona Ryder en “Reality Bites” ("La dura realidad"), que haría un tipo astuto de marketing. Y creo que ahí radica la incongruencia esencial de lo que equivale a un comercial de calidad Super Bowl muy largo y moderadamente entretenido para PlayStation y Nissan.

“Gran Turismo”, de Sony Pictures se estrena el 25 de agosto, tiene una clasificación PG-13 (que advierte a los padres que podría ser inapropiada para menores de 13 años) de la Asociación Cinematográfica de Estados Unidos (MPAA, según sus siglas en inglés) por “escenas de acción intensa y algunos diálogos”. Duración: 135 minutos. Dos estrellas de cuatro.

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