Pequeña historia matutina

Hubo una vez un hombre que quiso hablarle a las gallinas y recibir respuestas. Descubrió entonces que no tenía vida social, pero a la vez descubrió que Laura, la gallina turquesa con una pequeña manía por los opiáceos, tenía ganas de hablar.

Se le acercó un poco nervioso; Laura lo miró con cara soñolienta.

Claudio, un ocioso que no tenía mayores pretensiones en la vida que hablarle a las gallinas y obtener una respuesta, era un tipo guapo, pero a las gallinas no le parecía así. Bueno, a los humanos tampoco, pero él se consideraba guapo. Estaba parado frente a frente con Laura, una gallina que parecía sacada del país de las maravillas. A esa hora, ella estaba yendo a tomar agua.

?¿Qué te pasa, Laurita?

Laura tosió. Pero no tosió como un humano, porque claro, era una gallina ?o eso creo?. Tosió como diciéndole a la gallina que estaba al lado sobre la resaca que tenía. Claudio creyó que le hablaba a él, pero quería escucharla hablar y no toser, así que se dispuso a tomarla. Ahí se puso a llorar por el dolor de cabeza. Picoteó a Claudio para que lo bajara y, una vez en tierra, volvió a su cama de paja. Claudio la siguió.

Laura no quería seguir viendo la cara de baboso de ese tipo que la perseguía como si no tuviera nada más que hacer en la vida. Trató de concentrarse un poco y armar un plan, pero no podía con el idiota de Claudio tratando de hacerla hablar.

Cuando le pidió ayuda a otras gallinas, la respuesta fue categórica: "¿no te podemos ayudar. Ya te ofrecimos ir a rehabilitación y tú quisiste seguir inyectándote", a lo que la Laura contestaba que las drogas no eran el meollo del asunto ?aunque existía la probabilidad de que ese tipo estuviera más drogado que Laura.

Laura pensó que podría haber dejado la heroína muy a la vista y que por eso estaba en ese estado de obstinación por saber si las gallinas podían responderle.

Entonces Claudio volvió a acercarse y ella le hizo un gesto como de toser. Claudio le pegó en la parte trasera del cuello y ella escupió unas semillas de belladona.

?El sentido de tu existencia es la miseria y la ociosidad infinita. Si me das permiso, debo inyectarme.

?¡¡Una gallina que habla!!

?Hermano, estás loco. Soy un faisán deforme. Las gallinas no hablan, suburbano zoperútano.

Y Claudio vio entonces que un ave le habló tras años. Al escuchar y reescuchar las palabras de Laura, Claudio decidió colgarse. Claro: ya había obtenido la respuesta que quería, se sintió triste porque cumplió lo único que tenía que hacer... y más encima en las palabras de la gallina turquesa decía explícitamente que el sentido de su vida era en realidad una ilusión.

?¡Las gallinas no hablan! ?dijo llorando antes de colgarse