Peruana entierra familiares víctimas de Sendero Luminoso

Peruana entierra familiares víctimas de Sendero Luminoso
En esta foto del 7 de febrero de 2020, amigos y familiares de Carmen Quispe cargan ataúdes que contienen los restos de cinco familiares que murieron en 1991, durante un brote de cólera, mientras eran cautivos de los rebeldes de Sendero Luminoso, en un cementerio en Lima, Perú. (AP Foto/Rodrigo Abd)

LIMA (AP) — Carmen Quispe logró enterrar a su familia en un cementerio frente al Pacífico casi tres décadas después de que murieran bajo los estragos del cólera mientras eran retenidos por el grupo terrorista Sendero Luminoso en la Amazonía de Perú.

Quispe, una trabajadora de limpieza de 51 años, lloró recientemente ante los esqueletos de su hijo, padre, madre, hermano y sobrina cuando los forenses los armaron como piezas de rompecabezas y los colocaron en féretros color café.

“No pensé que iba a volver a verlos”, asegura en relación a los restos de sus seres queridos.

Su historia se conoce públicamente por primera vez. Esta mujer forma parte de un número no cuantificado de sobrevivientes de campamentos de Sendero en la Amazonía, donde según las autoridades y estudios de expertos los cautivos eran sometidos a condiciones esclavizantes y pagaban hasta con su vida cualquier error.

Ella abandonó el campamento tras ser liberada por sus captores en 1993 y pensó que jamás podría enterrar a sus familiares. Viajó a Lima y buscó olvidarse del pasado. Tampoco volvió a hablar en su lengua materna, el quechua, para evitar los recuerdos de la tragedia que vivió. Sin embargo, una oficina de búsqueda de personas desaparecidas del Ministerio de Justicia logró contactarla en 2019 y llevaron hasta su casa, en una de las colinas más pobres del desierto capitalino, los restos de sus familiares.

Los restos de sus seres queridos fueron exhumados por esa oficina en 2016.

De tendencia comunista, Sendero Luminoso fue una organización subversiva y terrorista que en mayo de 1980 desencadenó un conflicto armado contra el Estado y la sociedad peruana, según las autoridades.

El conflicto se extendió por dos décadas durante los gobiernos de los presidentes Fernando Belaunde, Alan García y Alberto Fujimori. Murieron unas 70.000 personas, mayormente peruanos pobres, de lenguas quechua o amazónicas, según una Comisión de la Verdad.

El Ministerio de Defensa calcula, a partir del testimonio de personas rescatadas, que aún hay en la actualidad hasta 200 cautivos por reductos de Sendero, incluidos niños, en la Amazonía. Las autoridades dicen haber rescatado a 144 retenidos por Sendero entre 2011 y 2015.

Al menos 10.000 peruanos de la etnia asháninka estuvieron cautivos entre 1980 y 2000 por los senderistas, agregan las autoridades. También sufrieron la misma suerte otro número no precisado de peruanos de los Andes que vivían como colonos en la selva, como fue el caso de Quispe y sus familiares.

Su historia es uno de los pocos relatos conocidos de una sobreviviente que entierra en la capital peruana los restos de sus familiares retenidos y que murieron en la Amazonía. En la prensa se conocen las masacres cometidas por Sendero, pero poco se ha hablado sobre las historias de cautivos, tal vez por dificultades lingüísticas, ya que muchos cautivos no hablan el español, no viven en Lima o si viven en la capital del país nunca han contado sus historias de cautiverio.

Quispe habla español y vive en Lima.

Su aldea, ubicada dentro de la provincia de Satipo, quedó en control de Sendero Luminoso entre 1991 y 1993. El centenar de vecinos quedó aislado sin poder entrar ni salir a otras grandes ciudades, de acuerdo con datos de la fiscalía y del Ministerio de Justicia.

Durante aquel periodo dejaron de comer sal, comprar medicinas y otros productos que sólo se conseguían mediante el comercio. Cualquier desobediencia era castigada con la muerte, así como los errores --incluso los más mínimos-- como quedarse dormido durante un simulacro de escape, que les obligaban a practicar para poder huir durante un ataque de las fuerzas de seguridad y casi todo se castigaba con la muerte, según esos informes.

Además, trabajaban en huertas y las cosechas eran entregadas en su totalidad a los jefes senderistas. No podían abandonar el campamento, tampoco contradecir, ni mostrarse tristes. Los niños mayores de 10 años eran separados de sus padres e incorporados al “ejército” de Sendero y la mayoría moría diezmado por la inexperiencia y las enfermedades.

La epidemia del cólera, que en 1991 mató a más de 2.000 peruanos y empezó en la costa del Pacífico, llegó hasta los campos de la esclavitud.

“Toda mi familia murió en una semana”, afirmó Quispe, quien los enterró en una huerta sin poder celebrarles ni siquiera una misa, como era su deseo.

La directora de la oficina de búsqueda de personas desaparecidas del Ministerio de Justicia, Mónica Barriga, afirma que hay más de 20.000 desaparecidos en todo Perú producto de la guerra contra Sendero.

La oficina, con el apoyo del Comité Internacional de la Cruz Roja, llevó a un párroco, contrató una funeraria y pagó los nichos donde la familia de Carmen fue sepultada.

“Buscamos que las víctimas tengan un entierro digno”, dijo la psicóloga Carol Baca, de la oficina de búsqueda de desaparecidos, quien acompañó a Carmen incluso de retorno a su casa luego del entierro.

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