Glastonbury 2025: Cuando la música se convierte en trinchera política
El festival más famoso del Reino Unido vuelve a ser noticia, no solo por su música, sino por las intensas controversias políticas que lo rodean
Desde su fundación en 1970, el Festival de Glastonbury ha sido mucho más que una cita musical. Es una cápsula cultural donde se encuentran el arte, la protesta, el activismo y la contracultura británica. Sin embargo, en su edición de 2025, ese espíritu rebelde y contestatario ha cruzado límites que han provocado un fuerte debate social y político tanto dentro como fuera del Reino Unido.
Una historia de activismo y conciencia
Fundado por Michael Eavis en su granja de Worthy Farm, al suroeste de Inglaterra, el festival tenía un coste simbólico de £1 en su primera edición —equivalente a unos £20 actuales— y estaba profundamente influenciado por el movimiento hippy y la promoción de causas sociales.
Con los años, Glastonbury incrementó su tamaño, profesionalización y popularidad, pero no abandonó del todo su alma política. Historias sobran: desde las donaciones al Campaign for Nuclear Disarmament en los años 80, hasta las movilizaciones proambientales en alianza con organizaciones como Greenpeace u Oxfam. Incluso en 2016, cuando coincidió con el referéndum del Brexit, muchos artistas usaron los escenarios del festival para posicionarse en contra de la salida del Reino Unido de la Unión Europea.
2025: un escenario de controversias
Este año, más allá de los miles de asistentes y las presentaciones de artistas como Olivia Rodrigo, Rod Stewart o Charli XCX, el Glastonbury 2025 está en el centro de la polémica por lo ocurrido en el escenario con la actuación del dúo de rap-punk Bob Vylan, quienes lideraron un cántico de “muerte a las IDF” (las Fuerzas de Defensa de Israel).
El contexto político y social actual ha sido determinante. El conflicto entre Israel y Hamas en Gaza lleva meses generando tensiones en Occidente, llegado incluso al corazón de festivales culturales como este. Las palabras pronunciadas en ese concierto provocaron una investigación por parte de la policía británica, y críticas de figuras políticas contra el festival, el dúo musical y, sobre todo, contra la cadena BBC, quien transmitía la actuación en vivo.
La política sobre el escenario: una vieja costumbre
Lo que ocurrió con Bob Vylan no es un fenómeno aislado o sin antecedentes. Glastonbury ha sido históricamente un escenario de expresión política directa e indirecta. En 2019, el rapero británico Stormzy lideró al público en cánticos de "F--- Boris" en referencia al entonces primer ministro Boris Johnson. Este año, el grupo de hip hop irlandés Kneecap dirigió el mismo exabrupto al nuevo premier Keir Starmer.
La artista Adele, durante el festival de 2016, hizo referencia al desaliento colectivo por el Brexit pronunciando en medio de su actuación: “Cuídense unos a otros”. Con ello, Glastonbury no es solo un frente artístico, sino un foro donde los eventos del mundo resuenan, se cuestionan, y a veces, se agravan.
¿Dónde está la línea entre protesta legítima y discurso de odio?
El dilema principal que rodea a la presentación de Bob Vylan en Glastonbury 2025 tiene que ver con los límites de la libertad de expresión. Por un lado, existe una profunda tradición de protesta política en los festivales de música; por el otro, las palabras dirigidas explícitamente a un ejército, y por extensión, a una nación o comunidad, generan un terreno delicado.
Incluso los organizadores del festival Michael y Emily Eavis han declarado públicamente que el dúo “cruzó una línea” al aludir a la violencia de manera tan explícita. Aseguraron: “No hay lugar en Glastonbury para el antisemitismo, el discurso de odio o la incitación a la violencia”.
La BBC en el centro del huracán
Una parte clave del problema ha sido la decisión de la BBC de transmitir en vivo el concierto de Bob Vylan. Tras las declaraciones controvertidas, el ente público señaló que debería haber cortado la transmisión y eliminó la actuación de sus plataformas digitales. Sin embargo, eso no bastó para frenar las críticas.
El gobierno británico solicitó explicaciones a la cadena sobre la “diligencia debida” realizada antes de permitir que la actuación de Bob Vylan fuera difundida a nivel nacional. Los tabloides de derecha como el Daily Mail y The Sun lo presentaron como una falla institucional, aumentando la presión sobre el gobierno y, por extensión, a la cadena pública.
Según Steven Barnett, profesor de comunicaciones de la Universidad de Westminster, “la BBC está atrapada en una autopista de ataques políticos y mediáticos, tanto por intereses comerciales como ideológicos”.
El arte como acto político
Es fundamental entender que la música, particularmente en espacios como Glastonbury, nunca ha sido neutra. Ya sea por medio de lirismo, discursos en vivo o simbolismo visual, los artistas han usado estos escenarios para denunciar opresiones, guerras, estructuras de poder o injusticias sociales.
Las tensiones actuales sobre Gaza han acelerado el choque entre expresiones artísticas y límites sociales. Algunos acusan a Kneecap de apuntar a la violencia al ondear presuntamente una bandera de Hezbollah, lo cual llevó a cargos bajo la Ley Antiterrorista. Kneecap niega los cargos, alegando que su única intención es visibilizar el sufrimiento en Palestina y denunciar la violencia de Estado.
¿Hacia dónde va Glastonbury?
Lo sucedido en 2025 plantea una pregunta existencial para el futuro del festival: ¿puede mantener su esencia política sin cruzar límites éticos y legales? En los últimos años, con medidas de seguridad reforzadas, un coste de entrada cercano a las £400 y la creciente cobertura mediática, algunos advierten de una gentrificación cultural del festival, que podría poner en riesgo su alma rebelde.
Pero también hay quienes creen que este tipo de controversias sirven para reafirmar la vitalidad de Glastonbury como foro de discusión global. Como dijo Zane Lowe, director creativo de Apple Music, durante el anuncio de sus nuevos estudios creativos: “Tenemos que crear momentos que emocionen a la gente, que la detengan por un segundo”. Tal vez, Glastonbury siga siendo eso: un espacio incómodo pero necesario, donde la música y la política convergen en formas inesperadas.
Un espejo de la sociedad británica actual
Glastonbury no es un festival burbuja. Es un reflejo artístico de una nación y un mundo profundamente divididos. Es donde las nuevas generaciones expresan frustraciones reprimidas, donde colectivos minoritarios encuentran altavoces y donde incluso los errores —como lo han percibido expertos y organizadores en este caso— sirven para abrir debates de fondo sobre antisemitismo, libertad de expresión, justicia y ética en tiempos de guerra.
En tiempos en que muchos festivales se limitan a espectáculos seguros y comerciales, el hecho de que Glastonbury siga generando debate resume su importancia cultural: no solo da lugar a la música, sino también al ruido de fondo de la historia que estamos escribiendo.