¿La 'Normalidad Autoritaria' en Bielorrusia? La Represión Persistente Bajo Lukashenko Pese al Acercamiento Diplomático
Con la condena de un periodista más, Minsk da señales claras de que el control sobre la libertad de prensa continúa, a pesar de sus gestos conciliadores hacia Occidente.
Una sentencia que resuena más allá de Bielorrusia
En un nuevo y contundente episodio de represión, un tribunal bielorruso condenó al periodista independiente Ihar Ilyash a cuatro años de prisión por cargos de extremismo. Este hecho ocurre escasos días después de que fueran liberados 52 prisioneros políticos como parte de un acuerdo mediado por Estados Unidos, lo que muchos consideraron un gesto diplomático simbólico. Pero la condena de Ilyash confirma que el régimen del presidente Alexander Lukashenko no tiene intención de suavizar su control férreo.
“La libertad de expresión no es un crimen”, afirmó Ilyash durante su intervención final en el juicio. Sin embargo, su argumento fue ignorado por un sistema judicial controlado por el Estado, el cual continúa criminalizando la disidencia en todas sus formas.
El contexto: un régimen en busca de legitimidad internacional
Desde las elecciones presidenciales de agosto de 2020, ampliamente consideradas como fraudulentas por la oposición y por organismos internacionales, Bielorrusia se ha convertido en un epicentro de represión política. Las protestas masivas derivadas de los comicios fueron apagadas mediante arrestos masivos (más de 65,000 personas), torturas sistemáticas, y la clausura forzada de medios independientes y ONG.
En este contexto, el reciente acercamiento entre Minsk y Washington ha generado una mezcla de sorpresa y escepticismo. El mismo mes de la condena a Ilyash, Estados Unidos retiró algunas sanciones a la aerolínea estatal bielorrusa a cambio de la liberación de ciertos presos políticos. Pero ¿a qué precio?
Ilyash y la persecución al periodismo
Ilyash es solo uno de los muchos periodistas detenidos en Bielorrusia. De acuerdo con la Asociación Bielorrusa de Periodistas, actualmente al menos 27 comunicadores se encuentran tras las rejas. La ONG internacional Reporteros Sin Fronteras ha descrito al país como uno de los peores sitios para el ejercicio del periodismo en Europa.
Andrei Bastunets, presidente de la Asociación, declaró que "la sentencia a Ilyash demuestra que Bielorrusia sigue siendo un agujero negro para los periodistas". Bastunets se refiere a un país donde cualquier mirada crítica es silenciada de inmediato bajo cargos genéricos como "extremismo" o "traición a la patria".
La cara humana de la represión: un matrimonio en prisión
El caso de Ilyash tiene una dimensión adicional que lo hace todavía más trágico. Su esposa, Katsiaryna Bakhvalava, también periodista, cumple una condena de ocho años por informar sobre las protestas de 2020. Ambos están ahora encarcelados por ejercer su derecho a informar, simbolizando cómo en Bielorrusia incluso una familia puede ser destrozada por el simple ejercicio del periodismo.
Lukashenko, el autócrata inamovible
En el poder desde 1994, Alexander Lukashenko ha sido catalogado por numerosos analistas como "el último dictador de Europa". Su régimen ha sobrevivido a transiciones geopolíticas, presiones económicas y sanciones occidentales. A pesar de haber permitido a Rusia utilizar territorio bielorruso para invadir Ucrania en 2022, aún busca canales de comunicación con Occidente. Una paradoja solo comprensible dentro de una diplomacia que prioriza la estabilidad regional por encima de los derechos humanos.
El precio de la diplomacia: ¿acuerdos que legitiman la represión?
El reciente gesto diplomático de Estados Unidos, que incluyó incluso conversaciones entre Donald Trump y Lukashenko, ha sido interpretado por muchos opositores como una nefasta señal que socava los esfuerzos por visibilizar las violaciones sistemáticas de derechos humanos.
Sviatlana Tsikhanouskaya, líder de la oposición exiliada, fue enfática: “El régimen continúa con las represalias pese a las súplicas y gestos diplomáticos. Meten a periodistas a prisión para llenar las celdas que recién vaciaron”.
La declaración de Tsikhanouskaya coincide con la liberación de otros 25 prisioneros políticos este mismo mes, lo que parece formar parte de un ciclo cínico: liberar a unos pocos para después encarcelar a nuevos disidentes.
Las “puertas giratorias” de la represión
Este patrón, calificado por analistas como “revolving doors of repression” (puertas giratorias de la represión), provoca una falsa apariencia de progreso. Mientras algunos opositores son liberados, figuras nuevas son sistemáticamente encarceladas.
Esta estrategia sirve para proyectar una imagen de flexibilización sin cambiar en lo más mínimo la estructura de poder. Al liberar prisioneros estratégicamente, el régimen gana legitimidad temporal ante la comunidad internacional, sin alterar su verdadera naturaleza autoritaria.
Bielorrusia: ¿blackout de derechos humanos o territorio en disputa geopolítica?
La posición geoestratégica de Bielorrusia —vecina tanto de Ucrania como de la Unión Europea— la convierte en un tablero clave para las potencias regionales. Moscú ve a Minsk como aliado leal. Washington y Bruselas, por otro lado, parecen atrapados entre sancionar las violaciones de derechos y asegurar que el país no caiga aún más en una órbita prorrusa.
Este dilema intensifica la impunidad del régimen. Según la ONG Viasna, actualmente hay 1,168 prisioneros políticos en Bielorrusia, cifra que incluye a su propio fundador, el laureado con el Premio Nobel de la Paz, Ales Bialiatski.
La comunidad internacional: entre la condena y la complicidad
Las reacciones de la comunidad internacional han sido ambiguas. La Unión Europea y operadores de derechos humanos han condenado repetidas veces la represión, pero su capacidad de presión ha sido limitada. Por su parte, EE. UU. ha demostrado una postura más pragmática, privilegiando vías de diálogo, incluso si ello implica suavizar sanciones ante liberaciones condicionadas.
¿Qué futuro espera al periodismo en Bielorrusia?
Mientras periodistas como Ilyash y Bakhvalava pagan con años de prisión por contar la verdad, el ecosistema mediático del país se derrumba. Más de 400 medios han sido clausurados desde 2020, y cualquier nuevo intento de informar críticamente enfrenta consecuencias legales inmediatas.
El mensaje de Lukashenko parece claro: la verdad tiene un precio, y en su territorio, ese precio es la cárcel.
Una nación secuestrada por el silencio
La historia de Ilyash no es una excepción. Es un síntoma alarmante del autoritarismo cotidiano que consume a una nación que alguna vez aspiró a mayores libertades. Bielorrusia, hoy, parece más cerca de convertirse en una cápsula del tiempo política, congelada en un modelo soviético donde el pensamiento libre representa un peligro existencial para el régimen.
Y aunque gestos diplomáticos traigan efímeras esperanzas, el encarcelamiento sistemático de voces libres nos recuerda que la represión política en Bielorrusia sigue siendo la norma, no la excepción.